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Conmovido y casi llorando, aunque no estaba ajumao, brindó por la noble compañía, por los nobles señores de la casa y por... aquí una pausa de emoción y una cariñosa mirada a Jacinta... y porque la noble familia tuviera pronto sucesión, como él esperaba... y sospechaba... y creía. Jacinta se puso muy colorada, y todos, todos los presentes, incluso el Delfín, celebraron mucho la gracia.

Pepita, aunque la pregunta venía después de mucha broma, y pudiera tomarse por broma, y aunque inexperta de las cosas del mundo, por cierto instinto adivinatorio que hay en las mujeres y sobre todo en las mozas, por cándidas que sean, conoció que aquello iba por lo serio, se puso colorada como una guinda, y no contestó nada.

No, señor, está bastante malita, según dice el cochero de Mudela.... ¡Claro! como esos chicos no entienden, la han hartado de agua.... D. Julián se levantó presa de violenta agitación, y sin decir palabra salió de la estancia seguido de Remigio. Castro y Ramoncito cambiaron otra vez una mirada y una sonrisa. Esperancita las sorprendió y se puso colorada. ¡Qué a pecho toma papá estas cosas!

Otros mozos aguijoneaban y enfurecían a la vaca, apaleándola con las chivatas y punzándola por detrás con pitacos o bohordos de pita. No siguieron mirando las Juanas lo que ocurría en la calle, porque más conmovedor espectáculo se ofreció de repente a sus ojos dentro de la sala misma. Apareció don Paco, a quien la criada había abierto la puerta, con una gran pelota colorada entre los brazos.

Y eso que la imagen de su esposa, más rubia que un canario y más colorada que una rosa de Alejandría, miraba al cielo con una expresión mística que jamás él la conociera. El Duque hablaba de enviar el retrato al Salón de París. Mientras Ventura leyó la gacetilla, no le quitó ojo, escrutando con anhelo inconcebible los rasgos de su fisonomía. Pero ésta permanecía inalterable.

Allí en el cuarto está Raúl con Bebé, el pobre Raúl, que no tiene el pelo rubio, ni va vestido de duquecito, ni lleva medías de seda colorada.

¡Qué gusto tan pasmoso no tendría S. M. cuando, al entrar en la real cámara, el comadrón mayor del reino le presentó a una hermosa princesa que acababa de nacer! El Rey dio un beso a su hija y se dirigió lleno de júbilo, de amor y de satisfacción, al cuarto de la señora Reina, que estaba en la cama tan colorada, tan fresca y tan bonita como una rosa de Mayo.

Alguien que se precia de hastiado, de descontentadizo, de difícil, quedó tan hechizado que os siguió. Doña Beatriz se puso colorada otra vez. ¿Cómo sabes eso? dijo. El me lo ha dicho. ¿Quién? ¿Quieres que te regale el oído? El Conde de Alhedín, la flor de los elegantes, el más guapo de nuestros pollos. Sería por mi hermana. De eso no me ha dicho el Conde palabra.

En hondos discursos os metéis, y no qué os diga, ni qué deje de deciros, contestó doña Guiomar, bajando los ojos y poniéndose muy más colorada que otras veces; y tanto más, cuanto que no a quién hablo.

La vista de un árbol en el campo nos recuerda lo que íbamos conversando diez años antes al pasar por cerca de él, ¡figuráos las ideas que trae consigo asociadas la cinta colorada y las impresiones indelebles que ha debido dejar unidas a la imagen de Rosas!