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Se llamaba Inés, y había sido criada de doña Frasquita, de cuya casa salió para casarse con un ex cochero que, tras haber servido a un grande, con la protección de éste y sus propios ahorros, estableció un servicio de carruajes por abono.

En un instante alcancé la calle de Argote de Molina. Al divisar la casa de Gloria vi que un coche, parado delante de ella, arrancaba hacia abajo, y que don Oscar, a la puerta, gesticulaba violentamente haciendo señas al cochero. No me cupo duda alguna de que dentro del coche iba Gloria prisionera. Lanceme a toda carrera de mis piernas en su seguimiento.

No hubo tiempo para que el Conde hablase a Elisa, cuyos caballos, apartado el Conde que les estorbaba el paso, arrancaron con furia, a pesar del brío con que los retenía el cochero. Elisa tuvo tiempo, no obstante, para mirar, para examinar a ambas mujeres. Al punto adivinó quiénes eran. Cruel fué el resultado de su examen.

Pero como ya era tarde y tenía ganas de encontrarme en mi cama, me dejé convencer por el cochero, y tomamos por el camino travieso. Todo marchó bien durante una hora. Pero tuvimos que pasar por un valle rodeado por todas partes por bosques espesos.

Las cinco. Ya no estará en el palacio de Justicia. Vamos á su casa, ¿quiere usted? Excelente idea. Calle de Matignon, dijo Marenval al cochero. Cuando Tragomer dijo á su compañero que no temía á Pedro Vesín ni de levita ni de toga, sabía de quién hablaba.

Los cajones estaban abiertos y todo indicaba los preparativos de un viaje. Mauricio pensó "Está ya en el coche." Cogió su abrigo y un sombrero y bajó vivamente. Salió por la puertecilla, volvió la esquina de la calleja y no vió coche alguno. Supuso que el cochero, habría entendido mal y esperaría, acaso en el otro extremo de la calle, y corrió á cerciorarse. La callejuela estaba desierta.

El coche se detuvo al fin en el Boulevard des Capucines, ante el vasto pórtico del Grand Hôtel. El nuevo lord Byron pagó con esplendidez al cochero y subió ligeramente las gradas, topándose en la misma puerta con un viejo alto, con grandes patillazas blancas, que se dirigía a la calle arrastrando los pies.

Montaron de nuevo en él y se trasladaron a la Bombilla. Antes de entrar en el gabinete que les tenían reservado dieron orden para que sirviesen también de almorzar al cochero. Pasaron después, y en un comedorcito agradable con vistas al río hicieron los honores al almuerzo, cuyos platos habían de antemano elegido. El paseo, el aire puro les había despertado el apetito.

Yo estaba más muerto que vivo y ya me veía rodeado de una banda de asesinos. El cochero estaba quizá más asustado que yo, quizá los caballos tuvieron conciencia del peligro, porque se pusieron a volar como el viento.

Incapaz de toda noble emulación, el mísero jaco de alquiler siguió caminando lo menos posible, seguro de que la felicidad no estaba en el término de ninguna carrera de este mundo. Para comer mal siempre se llega a tiempo. Esta era toda su filosofía. El cochero debía de ser discípulo del caballo.