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Hemos dicho, creemos por dos veces, que Manila tiene su gran tono, que hace lo que en todas partes, esto es, nada: vive á la superfluidad del botón de la librea y la tersitura de la cabritilla; sus disgustos están compendiados en el aristin del caballo, en los milímetros del sombrero del cochero, en la estatura del lacayo, en la arruga del frac ó en la pureza de una piel que la Rusia ha hecho necesaria.

Sinong, el apaleado cochero que le había conducido á San Diego, se encontraba entonces en Manila, le visitaba y le ponía al corriente de todo. Entretanto Simoun había recobrado su salud, al menos así lo dijeron los periódicos.

Y como observase que el negro llevaba corona y era rey como los otros dos españoles, pensó naturalmente en el rey de los indios y suspiró. ¿Sabeis, señor, preguntó respetuosamente á Basilio, si el pié derecho está suelto ya? Basilio se hizo repetir la pregunta: ¿Pié derecho de quién? ¡Del rey! contestó el cochero en voz baja, con mucho misterio. ¿Qué rey? Nuestro rey, el rey de los indios...

Habíamos llegado casi a la entrada de Belgrano, cuando mi tío dio orden al cochero que se detuviese junto a un pequeño rancho, en que jugueteaban tres o cuatro niños. Al detenernos, los niños se acercaron al carruaje y en la puerta del rancho aparecieron una mujer y un hombre, jóvenes ambos, que saludaron amistosamente a Alejandro que manejaba el coche, como si ya lo conociesen de antemano.

Nos levantamos, pues, y llamamos a Magdalena en coro, y luego cada cual a solo, y apenas hubimos acabado, cuando un hibernés, compañero de viaje, gritó desde el imperial: ¡Magdalena! con un acento tan extraño que todos nos echamos a reír. Mientras nos estábamos riendo, nuestro cochero dijo a voz en grito: ¡Silencio!

Con voz vibrante llamó á su cochero, que estaba á alguna distancia, y dijo dirigiéndose al jardinero: Hay que llevar este desgraciado al pueblo.... ¡Oh! tía mía, exclamó con angustia Herminia, ¿estará muerto? ¡Muerto! Bah ... no se muere así como así. Está desvanecido.... Un poco de agua en la cara ... vinagre en la nariz y esto no será nada....

Y cogiendo a su hermano en brazos como si fuera un chico lo metió en el coche y detrás se introdujo él. El cochero arreó a la bestia y el carruaje se deslizó velozmente y sin ruido sobre la nieve. Mientras caminaban, Santiago teniendo siempre abrazado al pobre ciego, le contó rápidamente su vida.

Advierto al testigo que si ha dido por todos esos sitios que dice, ahora no va por buen camino. Absténgase de frases groseras y declare sencillamente la verdad. Después del cochero declaró el zagal. No tuvo importancia su declaración.

Porque así hay menos probabilidades de engañarse, pobre amiga mía... Además, según es el hombre se deben juzgar sus actos. ¿No quiere usted al señor de Candore? ¿Raúl? Es un buen muchacho; tiene ingenio... y un poco de corazón, no mucho... ¡Oh! Incapaz de dejarse entusiasmar más de lo que dan de las riendas... Y su madre es un buen cochero. Le calumnia usted. No, amiga mía, le excuso.

Tras ella, formando una pareja silenciosa, marchaban el cochero y la criada: un mocetón de rostro carrilludo y afeitado que respiraba brutal jocosidad, luciendo con tanta satisfacción como embarazo los pesados borceguíes, el terno azul con vivos rojos y botones dorados y la gorra de hule de ancho plato, y a su lado una muchacha morena y guapota, con peinado de rodete y agujas de perlas, completando este tocado de la huerta su traje mixto, en el que se mezclaban los adornos de la ciudad con los del campo.