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Cuando hubo llegado a la plaza, hace detener en medio de ella su coche, manda cesar el repique de las campanas, y arroja a la calle todo el amueblado de la casa que las autoridades han preparado para recibirle: alfombrado, colgaduras, espejos, sillas, mesas, todo se hacina en confusa mezcla en la plaza, y no desciende sino cuando se cerciora de que no quedan sino las paredes limpias, una mesa pequeña, una sola silla y una cama.

Muchas gracias respondió avergonzado . En cuanto llegue me meto en un coche... Los coches están fuera del edificio. Pruebe usted a ver si le sirve insistió con acento rudo y franco el caballero. Tristán sacó el sombrero y en efecto le estaba bastante bien. Pero yo no puedo... No tengo el honor de conocer a usted. Lo envía usted mañana al hotel de París. Aquí tiene usted mi tarjeta.

Sonó en ese instante la campana de partida; se oyó en toda dirección despedidas en voz alta; la máquina contestó: ¡lista! con su ronco silbato y en seguida resoplaron los cilindros y las bielas iniciaron el movimiento propulsor de las ruedas y el tren, pesado y largo, empezó su suave deslizamiento... ¡Adiós, adiós, Rufino! exclamaron los viajeros asomados a las ventanillas del coche. ¡Adiós!

Se apoderaron de él rápidamente, dieron la dirección al cochero, le pagaron adelantado y doble para que picase, y salieron como escapadas, subiendo por la calle de Alcalá y entrando luego por la del Turco. El Conde quiso seguirlas, pero su coche había ido a parar al Veloz, y coches de alquiler no parecían.

«Supongo añadió que andaremos en coche y a caballo, que tendremos buena mesa y palco en el Real». Echose a reír Juan Bou y dijo que no pensaba correrse mucho, ni hacer el oso, ni ponerse en ridículo como un indianete sin seso; que tan sólo obsequiaría a cuatro amigos, y que sin abandonar su taller, trataría de ver qué sabor tiene la sangre del pueblo.

El peligro era inminente; hallábase una de las ruedas traseras fuera del camino, sostenida sobre el precipicio tan sólo por el tronco de un roble inclinado, cuyas raíces se sentían crujir y ceder a cada momento, arrancando grandes pelotones de tierra... Un instante perdido, un solo movimiento de cualquiera de los espantados brutos, y coche, caballos y viajeros rodarían por el alto repecho de la cuesta, haciéndose trizas.

Después de otros dos o tres intentos, acabé por no apearme ya del coche. El cochero iba y venía, deteníase en ciertas calles y hacía como que se informaba.

Lo de abajo arriba y lo de arriba abajo repitió Mariano con el gozo de quien ha encontrado la fórmula de un pensamiento que no ha sabido expresar . ¿Sabes?... ¡Cosas que pasan! Ayer he visto al señorito Melchor en coche de dos caballos. Iba con dos señoras, dos tías, ¿eh?, y un caballero. Parecía un marqués. No le nombres delante de dijo Isidora cerrando los ojos.

La cantante, alarmada, se aproximó á la portezuela, se inclinó hacia el interior y dijo, volviéndose hacia el cochero: Plaza del... Giró sobre sus talones, entró como un relámpago en el vestíbulo y desapareció. El coche dió la vuelta y partió rápidamente sin que me fuese posible ver al que le ocupaba. El portero se aproximó y me dijo. Hermosa mujer, milord.

Y en esto concluyó Isabel Mazacán su aparte con el marqués de Butrón, y disculpándose con Currita de no acompañarla a la visita de la Inclusa, por habérsele ya hecho tarde, se marchó al parecer algún tanto disgustada. Currita decidió entonces volverse a su casa, y el marqués de Butrón se despidió también en el acto. ¿Tiene usted coche, Butrón? preguntó ella al diplomático.