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Este niño tiene que ser un gran cazador. ¡Mire usted qué manos, Clara! Verá usted... es capaz de alzar una silla en peso. Y le hacía coger con sus manecitas una silla y le alzaba con ella sin que el chico la soltase. ¿No lo decía yo? Bastaba ver estas muñecas. ¡Tan fuerte como su mamá! En cuanto pueda coger una escopeta me lo llevo a la dehesa. Ya verá usted qué buena cuenta da de las perdices.

Las grandes bestias de caza, del tamaño de ratas, capaces de poner en peligro la vida de un cazador pigmeo, corrían en galope furioso, temerosas y encolerizadas á la vez por la intrusión de esta montaña andante, que podía aplastarlas con sus piernas, tan gruesas como los troncos de los árboles más antiguos.

¡Bendito, mil veces bendito señor! Ella... Teresa Conejo. ¿Qué dices, mujer? Digo que... ¿Pero usted no se entera de lo que hablo? Has dicho que... ¿Por ventura es cazador D. Romualdo? ¿Cazador? Como has dicho no qué de un conejo.

Pasados unos instantes de muda contemplación, empujó Amaury la puerta, y penetró en la sala. Al oír el ruido las dos jóvenes volvieron la cabeza, lanzando un grito como gacelas sorprendidas por el cazador, al tiempo que animó un fugitivo rubor las mejillas de la rubia y una suave palidez blanqueó ligeramente el rostro de la morena.

»Después de la comida nos trasladamos al salón, cuyas puertas vidrieras daban al parque; el conde de Pópoli, sentado cerca de , mostrábase tan galante como se lo permitían sus costumbres de cazador. »Carlos entró, y en su alegre mirada, llena de dulzura, conocí que Teobaldo le había prevenido. Acababa de despedirse de mi tío, pues debía marchar a una granja a la mañana siguiente.

¡La espera! ¡Qué expresivo nombre éste, con el que se designa el puesto donde aguarda emboscado el cazador, y esas horas imprecisas en que todo espera, vacilando entre el día y la noche! El puesto de la mañana, poco antes de amanecer; el puesto de la tarde, cuando el sol se hunde en el ocaso.

Cuando hubo cambiado de traje, cualquiera hubiese tomado al anciano cazador, a pesar de sus grandes bigotes grises, por un aldeano de la montaña alta. Sus dos hijos, muy satisfechos de tomar parte en aquella primera expedición, repasaban las espoletas de las carabinas, y sacando las bayonetas de caza, largas y rectas como espadas, las colocaron al extremo de los cañones.

Como carpintero, hacía primores; como cazador, no tenía rival en el país. Amaba la garlopa y el escoplo, y se pasaba días enteros sobre el banco; pero amaba mucho más su escopeta y su puñal.

Ramiro recordaba que su madre, no habiendo visto nunca una cacería, se desmayó; y parecíale ahora que aquel cazador misterioso no era otro que el personaje que acababa de ofrecerle, en el figón, su vaso de acero y de oro purpúreo. ¿A qué pensar en esto? se dijo por último. Lo que importa es que estos perros sospechan y buscan el modo de librarse de . ¡Un amorío!

Disparó don Pedro una imprecación, y bajó de dos en dos las escaleras. Primitivo y Julián le seguían. En la cuadra, el pastor, adolescente de cara estúpida y escrofulosa, confirmó la versión del cazador.