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Y ella veía las ligaduras que habían penetrado la carne, veía la sangre saliendo por la boca y oía que Basilio le decía: «¡Sálvame, sálvame! ¡ sola me puedes salvarResonaba despues una carcajada, volvía los ojos y veía á su padre, que la miraba con ojos llenos de reproche.

¿Es humildad, o es que le sabe mejor así? preguntó sonriendo el P. Gil. Obdulia soltó la carcajada. Es usted mi confesor y no puedo decirle mentira. Me gusta así mucho más... Es de las pocas cosas sucias que me gustan. Eso último tampoco es humildad dijo el confesor sin dejar de sonreír.

Este les hacía frente con sin igual destreza y brío, y por un momento los obligó a retroceder. Aquella pausa le bastó para saltar sobre el antepecho de la ventana, blandiendo su espada, sonriente, ebrio de sangre. Después, dando una carcajada, se lanzó de cabeza al agua.

En una fonda de la calle del Arenal tuve ocasión de conocer bien a esa Obdulia, a quien antes apenas saludaba aquí, a pesar de que éramos contertulios en casa del Marqués de Vegallana. Ahora somos grandes amigos. Es epicurista. No cree en el sexto. Hubo una carcajada general.

Y aun jurara insistió éste que le había oído decir que pertenecía al cuerpo diplomático. Su excelencia soltó la carcajada. Luego ¿no es cierto? exclamó don Simón . Luego ¿no ha representado nunca a España en ninguna corte extranjera? El ministro volvió a reírse con toda su alma. Don Simón entonces soltó también su poco de carcajada; pero su risa era la del conejo.

En que las otras están llenas de cosas monstruosas, irracionales respondió imperiosamente el clérigo, en que sólo la religión del Crucificado llena todas las aspiraciones de nuestro sentimiento y nuestra razón. ¡Tenga usted cuidado, señor excusador! exclamó el mayorazgo soltando una alegre carcajada que está usted haciendo depender la verdad revelada del aserto de la razón, que está usted proclamando la supremacía de ésta, lo cual es una proposición herética. ¿Cómo? ¿cómo? preguntó aturdido el sacerdotePero Montesinos cambió la conversación bruscamente.

¡Su padre! dijeron ambas jóvenes, lanzando argentina carcajada. ¡Ah , su padre! ¡Hasta la tarde, señor Roger! y se alejaron alegremente, llamando á voces á su amiga Constanza. Roger se quedó absorto.

Su fresca boca, generalmente seria, se entreabría de cuando en cuando para lanzar por entre su blanquísima dentadura una pronta y alegre carcajada, que su encogimiento habitual comprimía inmediatamente; porque nada le era más repugnante que llamar la atención, y cuando esto le sucedía, se ponía de mal humor.

D. Pedro interrumpió a su hijo con una carcajada y continuó la frase: Y que ella está enamorada de ti, y que la noche de la velada de San Juan estuviste con ella en dulces coloquios hasta las dos de la mañana, y que por ella buscaste un lance con el conde de Genazahar a quien has roto la cabeza. Pues, hijo, bravo secreto me confías.

Reynoso seguía en contemplación extática del reloj. Yo les diría ahora: ¡no conocen ustedes a mi mujer...! ¡no la conocen! Elena, cada vez más desconfiada, volvió a levantar los ojos. Esta vez chocaron con los de su marido. Este no pudo aguantar más y soltó una estrepitosa carcajada.