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La desgraciada criatura corrió todavía algún tiempo y al fin se detuvo jadeante. El pretil de la carretera estaba bajo en aquel sitio y se sentó. Entonces fue cuando sintió el dolor de los golpes. Llevose las manos a la cabeza, después a la cara, por donde sentía correrle un líquido caliente, que al principió pensó sería la lluvia.

Cuando al otro día fue el canónigo a hablarle hallolo cambiado: cerdeaba, gruñía, sacudía la cabeza, hablaba con palabras entrecortadas del lujo con que habían criado a Fernanda, de los grandes gastos que el matrimonio trae consigo. En resumidas cuentas, pedía una dote. El penitenciario, que era hombre justificado y de genio vivo, no pudo contenerse ante tal vileza y le llenó de denuestos.

Presentación se volvió hacia ellos con ademán tan vivo, expresando tal furor en su movible fisonomía, que lo mismo Mario que su dulce compañera quedaron sorprendidos y levantaron los ojos para saber cuál era la causa. Un joven pálido, de pómulos salientes, nariz remangada y ojos claros, pero no serenos, se acercaba en aquel momento a la mesa con la cabeza descubierta.

En el último decenio ha renunciado Martínez de la Rosa, al parecer, al culto de las musas, consagrándose sólo á sus importantes atenciones políticas, habiendo sólo llegado á nuestra noticia, como último drama suyo, el que se titula El español en Venecia ó la cabeza encantada.

La mano tiesa volvió a ponerse delante de la boca, a punto que se atascaban las palabras, sufriendo la cabeza como una trepidación. «Con que aquí hace cada cual lo que le da la gana, sin tener en cuenta las leyes divinas ni humanas, y haciendo mangas y capirotes de la religión, de la dignidad de la familia...».

Torció Diógenes un poco la cabeza y balbuceó con ira: ¿Visita?... ¿Quién?... ¿El enterrador?... ¡Polaina!... ¡Que aguarde!... Es una señora... ¿Una señora?... ¡Polaina!

Volvió rápidamente la cabeza... y ¡mire usted que estaba bien...! ¡Un señor venerable, con cara de santito, entretenerse en tales porquerías! Doña Manuela lanzó una mirada tan severa al vejete de rostro bondadoso, que el sátiro retrocedió, levantando el embozo de la capa con sus audaces manos.

Examinólas Leopoldina detenidamente, y dijo al cabo, meneando la cabeza: Negro y encarnado... ¡Malo!... Los colores del diablo... ¿Y quiénes son esas individuas?...

Después de algunas apreturas, María y Genoveva consiguieron verse en el pórtico y emprendieron el camino hacia casa. Mas la señorita de Elorza volvía con frecuencia la cabeza. Un caballero anciano, alto, delgado, pálido, con perilla y grandes bigotes blancos, vestido de negro de pies a cabeza, las seguía a larga distancia.

El tiempo no era propicio para emprender la travesía de la Cordillera por el desierto de Atacama. Iba á empezar el invierno. Pero Rosalindo movía la cabeza de un modo ambiguo cuando le aconsejaban que desistiese del viaje. Los otros no podían adivinar que su resolución no aceptaba demoras. La «Viuda del farolito» era una bruja implacable, y su aparición significaba un plazo mortal.