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Ulises le habló rehuyendo su mirada, deseando evitar con el laconismo de su lenguaje todo motivo de emoción. Había vendido el buque á los franceses: un negocio rápido y magnífico... ¡Quién le hubiese dicho al comprar Mare nostrum que algún día le darían por él una cantidad tan enorme!... En ningún país se encontraban barcos á la venta.

¡Hala a bordo! contestó el marinero que tenía el socaire soltando el chicote. El cable cayó al mar, y comenzó a subir velozmente por el costado del buque. Este se encontraba al abrigo del malecón, pero no había marea bastante para atracar al antiguo muelle. El capitán dió una voz al piloto. ¡Fondo! El piloto dijo a los marineros que tenía a su lado: ¡Arría!

Esta bandera no engañaba á nadie. Sus enemigos conocían el buque, buscándolo con más empeño que si procediese de las marinas aliadas. En su mismo país, muchas gentes que simpatizaban con los Imperios germánicos celebrarían alegremente la desaparición del Mare nostrum y su capitán. La muerte de Freya había influido en su ánimo más de lo que él se imaginaba.

Todos ellos le habían acompañado durante muchos años, dejándose ver en las transparencias abiertas por la proa de su buque. Eran vigorosos, y por esto habían suprimido el cuello la parte más frágil y débil de los organismos terrestres , asemejándose al toro, al elefante, á todos los animales arietes.

Y el primero que a fuerza de hacha y de fuego vació el tronco de un árbol y se echó al agua en él, fue un semidiós para los infelices que habían de pasar ríos y estuarios nadando como anguilas... Miremos siempre abajo, amigo Ojeda, para tranquilidad nuestra, y digamos que el Goethe es un gran buque y que en él se vive perfectamente.

Describía el viaje por las entrañas lóbregas del buque, su descenso al infierno... de nieve, llevando como virgiliano guía a su amigo don Carmelo. Escaleras mojadas y resbaladizas; paredes que lagrimeaban; luces eléctricas veladas y mortecinas bajo el halo irisado de la humedad; gruesos caños conductores del frío a lo largo de los muros.

Pensaba en su familia, que vivía allá en la Marina una existencia de continua ansiedad viéndole á bordo de un buque acechado por irresistibles amenazas. Pensaba también en las esposas y las madres de todos los hombres de la tripulación, que sufrían idénticas angustias.

Siempre estamos juntos. ¿Qué van a decir de nosotros las señoras que usted trata?... ¿Qué dirá esa norteamericana tan hermosa y tan elegante al ver que le robo su conversación?... Pero conmigo no hay celos posibles. Soy fea, soy pobre; en todo el buque no se encuentra una mujer que vaya peor vestida que yo.

Se movía en el puente imaginándose que estaba arrostrando una gran tormenta; examinaba los instrumentos náuticos con una gravedad de experto conocedor; corría todos los departamentos habitables del buque, bajaba á las bodegas, que se aireaban, abiertas, en espera de carga, y finalmente se metía en el bote de servicio, desamarrándolo de la escala, para remar unas horas con más satisfacción que en los ligeros yoles del Club de Regatas.

Y salió del buque sin volver la cabeza, con paso acelerado, como si corriese á la realización de algo que llenaba su pensamiento. Tòni corrió también hacia el ventano del camarote de Ulises. ¿Ya se ha ido? preguntó éste con impaciencia. El piloto asintió con la cabeza. Se había ido prometiendo no volver. Así sea dijo Ferragut.