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Al sonar las doce de la noche, se oyó el rasgueo de una guitarra y en seguida una voz que cantaba: ¡Vale más lo moreno De mi morena, Que toda la blancura De una azucena! ¡Qué tonterías! exclamó Rosa Mística, levantándose de la cama . ¡Qué larga será la cuenta que haya de dar a Dios de tanta palabra vana! La voz prosiguió cantando: Niña, cuando vas a misa, La iglesia se resplandece.

El tío Ventolera no podía acompañarle al mar, pues consideraba indispensable su presencia en la misa, para responder con voz chillona a las palabras del sacerdote. Falto de ocupación, Jaime emprendió la marcha hacia el pueblo por senderos de tierra roja que ensuciaba la blancura de sus alpargatas. Era uno de los últimos días estivales.

La mayor partes de los edificios eran de numerosos pisos, y algunos palacios tenían sus azoteas altas al nivel de su cabeza. Las casas, de nítida blancura, estaban cortadas por fajas rojas y negras, y muchos de sus muros aparecían ornados con frescos, gigantescos para los ojos de sus habitantes, que representaban sucesos históricos ó alegres danzas.

Paco iba detrás sin desdeñar la conversación de Petra, que se mirlaba hablando con el Marquesito. En materia de amor la criada no creía en las clases y concebía muy bien que un noble se encaprichara y se casase con ella verbigracia. No decía que don Paquito estuviera en tal caso, ni mucho menos; pero le alababa el pelo de oro y la blancura del cutis, y por algo se empieza.

Pasando Febrer de la obscuridad de su habitación a la difusa claridad de la luz sideral, vio la mancha de las malezas en torno de la torre, más allá la confusa blancura de la alquería, y enfrente la giba negra de los montes cortando un cielo cargado de palpitaciones de estrellas. Esta visión sólo duró un instante: no pudo ver más.

Marcha al salón. El tío se incomodará, porque te olvides de él. ¿Olvidarse de su tío? Ante tal suposición, le faltó el tiempo para correr en busca de don Juan. Visanteta acababa de tender el mantel adamascado, brillante de blancura, sobre la mesa del comedor, pieza de ebanistería moderna, tallada a máquina, que con su color obscuro imitaba al roble de un modo discreto.

¿Qué enorme catástrofe de alma te engendró aquella gran sed, monstruosa y suicida? Una sirena encantadora cantaba en el fondo del vaso y no querías oír sino su voz emponzoñada de trágica Loreley. Y allí te esperaba la Muerte, la marioneta descarnada, todo blancura y piruetas, como la Colombina de tus fiestas galantes.

En fin, debajo del hombro izquierdo tiene un lunarcito negro, coquetón, aterciopelado, que hace saltar aún la deslumbrante blancura de una piel de raso... Pero eso no es aun todo. El corregidor espumarajeaba de rabia y no podía encontrar una sola palabra para contestar al gitano ni a las guasas con que la multitud le asaeteaba.

Los muchachos como José Luis prosiguió Carmen sirven para distraerle a una la pena del gran amor que nos hace falta. Es muy posible que venga hoy. Hablando así la llevó a su cuarto. Se miró en un espejo, atentamente, y con la punta del peine hizo caer sobre la blancura mate de su frente una ligera mecha del fino cabello dorado.

Cuando fuese casada cultivaría la tierra, como las otras: su blancura de flor se marchitaría, amarilleando; sus manos se tornarían negras y escamosas; acabaría siendo igual a su madre y a todas las payesas viejas, una hembra esqueleto, retorcida y nudosa, lo mismo que un tronco de olivo... Febrer entristecíase con estos pensamientos como ante una gran injusticia. ¿De dónde habría sacado este retoño el simple Pep, que estaba a su lado? ¿Por qué obscura combinación de raza había podido nacer Margalida en Can Mallorquí?... ¿Y habría de agostarse esta florescencia misteriosa y perfumada del tronco payés lo mismo que los otros brotes rudos que crecían junto a ella?...