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San-Xavier es el lugar mas incómodo por los mosquitos, á cuyos porfiados ataques ya están acostumbrados los moradores, pero que son un tormento para los viageros recien llegados. La abundancia de estos insectos proviene de las inmensas llanuras anegadas, donde se forman pantanos y lagos temporarios cubiertos de juncos.

El carácter débil y bondadoso del padre Gil no supo resistir a aquellos ataques, y convino al fin en poner en práctica lo que su penitenta había imaginado. Obdulia se personó poco después en su casa. Habían enterado a D.ª Josefa de todo.

Al carácter agudo del padecimiento siguió el crónico; los ataques perdieron en intensidad, ganando en duración; tuvo fiebre, y en lo sucesivo raro fue el día que pasó medianamente.

El gobernador que ésta nombró para Laycacota, viéndose sin fuerzas para hacer respetar su autoridad, entregó el mando a don José Salcedo, que lo aceptó bajo el título de justicia mayor. La Audiencia se declaró impotente y contemporizó con Salcedo, el cual, recelando nuevos ataques de los vascongados, levantó y artilló una fortaleza en el cerro.

Sin embargo, no son siempre estos ataques tan secretos que no tengan algunas veces noticias de ellos, y no escapen entonces muchos de la furia de esta bárbara nacion, cuyo cacique Cancapol hace vanidad de mostrar á sus huéspedes montones de huesos, calaveras, &a.

El honor, aquella quisicosa que andaba siempre en los versos que recitaba su marido, estaba a salvo; ya se sabe, no había que pensar en él; pero bueno sería que un hombre de tanta inteligencia como el Magistral la defendiera contra los ataques más o menos temibles del buen mozo, que tampoco era rana, que estaba demostrando mucho tacto, gran prudencia y lo que era peor, un interés verdadero por ella.

¡Qué mujer! se decía , ¡qué mujer! ¡Vaya usted a encontrar dos semejantes en toda la comarca! ¡A la salud de Catalina Lefèvre! ¡A la salud de Catalina! respondían los demás. Chocaban los vasos unos contra otros, y se reanudaban las conversaciones de combates, ataques y atrincheramientos. Todos se sentían poseídos de una ciega confianza, todos se decían para sus adentros: «¡Esto marcha bien

Y señalaba un jovencito moreno, subido de color, sentado entre los adoradores de Nélida. Es el hermano pequeño, el único que se asemeja a la madre. Acompaña a Nélida por todo el buque, y ella lo acepta como una prolongación de la familia, porque esta vigilancia honorable le permite ir sola entre los hombres. El muchacho es medio imbécil, le dan ataques epilépticos, habla con incoherencia.

En todo el día no se veía un rayo de sol, y los árboles, tras los cristales, agitaban tristemente las ramas, como queriendo despojarse de las últimas hojas. El ruido incesante de la lluvia sobre el tejado de cinc, la ausencia del sol y la falta de distracciones, ponían a los enfermos nerviosos, excitados. Les daban más a menudo ataques y se quejaban constantemente.

Como era modestísimo, no esperaba hacer algo que, dado al público, fuese de gran utilidad, y sin embargo escribía una obra extensa de la que no levantaba mano. Era una apología o nueva defensa del Cristianismo contra los ataques de los más flamantes filosóficos panteístas, positivistas y materialistas. El singular y simpático candor del Padre se revelaba en cada frase de este notable escrito.