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Don Anselmo pasó a la habitación contigua, que era la de don Eleazar, y después de un rato regresó. Dice don Eleazar que puede pasar me dijo. Yo entré resueltamente. No olvidaré nunca el cuadro que se presentó a mi vista.

Rogóle Camila que no se fuese y Lotario se ofreció a hacerle compañía, más nada aprovechó con Anselmo; antes, importunó a Lotario que se quedase y le aguardase, porque tenía que tratar con él una cosa de mucha importancia. Dijo también a Camila que no dejase solo a Lotario en tanto que él volviese.

Carlos IV afirmó doña Inés. Fray Anselmo impuso silencio, con su mirada de águila, a tanta ligereza femenina... Alfonso XIII respondió entonces Pablo. ¿De la casa de Austria todavía? No... de la casa de Borbón... rama de la antigua casa de Francia... ¡Luego la España de hoy pertenece a Francia, como la Navarra! exclamó alegremente el vizconde. ¡Ya lo había previsto el rey Francisco!

Dos días creyó Frígilis tenerla engañada, atribuyendo la desgracia a un accidente de la caza. Pero Ana creía la verdad, no lo que le decían; la ausencia de Mesía y la muerte de Víctor se lo explicaron todo. Y una tarde, a los tres días de la catástrofe, en ausencia de Frígilis, Anselmo entregó a su ama una carta en que don Álvaro explicaba desde Madrid su desaparición y su silencio.

No se me ocultó que la recomendación de D. Cosme no era la que le obligaba a estar tan deferente, sino el ser yo sobrino de mi tío. Así que dije con tono protector: Don Cosme es una persona muy amable y simpática. Mi tío Anselmo le quiere mucho. , ya ... Creo que a su señor tío debe la posición en que se encuentra... ¡Tanto como eso!... Pero, en fin, bueno es tener aldabas donde agarrarse.

Y mientras que el Padre hablaba, D. Acisclo oía embelesado, aunque no penetraba el sentido de una sola palabra; y D. Anselmo se deleitaba, sin creer, como quien saborea la más bella composición poética; y doña Luz, doña Manolita y Pepe Güeto, escuchaban con fija atención y gran fervor religioso, lisonjeándose de que todo lo alcanzaban.

No eran éstas, sin embargo, las reuniones que agradaban a doña Luz y a su amiga, sino las poco numerosas, familiares y frecuentes, donde ellas mismas incitaban a D. Anselmo para que provocase y contradijese al Padre, obligándole así a hablar sobre puntos de religión o de filosofía.

, señor, hace una hora.... ¿Ha traído los cartuchos? , señor. ¿Y el alpiste? , señor. Pues dile que mañana muy temprano tiene que volver a la ciudad, con un recado para el señor Crespo. Deja... voy yo mismo a enterarle.... Escribiré dos letras; ¿no te parece, Ana? ese Anselmo es tan bruto.... Salió el amo del comedor.

D. Anselmo y doña Luz tenían, pues, una lenteja espiritual mancomunada, donde se entendían a maravilla, quedando el resto de la esfera de cada uno desconocida e inexplorada por el otro. Así es que jamás llegaban a saberse de memoria; escollo en que suelen dar los entendimientos afines, y que a la larga engendra fastidio y desvío.

El único que no le hiciera manifestación alguna de simpatía era la efigie de un dominico, fray Anselmo de Araya, gran inquisidor de Felipe II. La adusta rigidez de este fraile, que permanecía tal cual fuera pintado hacía siglos, infundió a Pablo todavía mayor temor que las sonrisas y los movimientos de las demás figuras...