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dijo Juanita; Carlos ha depositado en mis manos su fortuna. ¡Qué le resta, pues! replicó el anciano; lo que ha hecho Carlos está bien hecho. No quiero nada. Nada pido, sólo ruego al Cielo que devuelva a usted la salud.

El hombre, cercado de regio esplendor, deja que le rindan vasallaje sus súbditos los elementos; en su séquito se encuentran también la Razón, en figura de anciano, y la Voluntad, en la de gracioso, enseñando el uno al hombre, que es sólo polvo, y el otro no cansándose nunca de ponderar su grandeza.

Se separaron, y el anciano cazador, muy pensativo y cabizbajo, anduvo un buen trecho preguntándose cuál habría sido la causa interna que le impidió abrir la cabeza al obeso posadero. Materne pensó que el hecho obedecía, sin duda, al miedo de comprometer a sus hijos.

Al entrar las gitanillas en la sala, estaba diciendo el caballero anciano a los demás: Esta debe ser, sin duda, la Gitanilla hermosa que dicen que anda por Madrid. Ella es replicó Andrés , y sin duda es la más hermosa criatura que se ha visto. Así lo dicen dijo Preciosa, que lo oyó todo en entrando ; pero en verdad que se deben de engañar en la mitad del justo precio.

El pobre anciano no podía gritar, ni desprenderse de aquella tenaza, ni siquiera encomendarse a Dios, porque había en su mente una perturbación horrible y se volvía tonto. La imagen infernal no sólo le atenazaba sino que se le llevaba consigo, empujándole a profundidades negras abiertas por el delirio y pobladas de feos demonios.

¡Oh! no... ¡En fin, qué quieres, hijo mío! si te hace mal verla, vivir cerca de ella, como ante todo es preciso que no sufras... vete ¿no es así? vete... Y, sin embargo... y, sin embargo... El anciano sacerdote quedó pensativo, dejó caer la cabeza entre las manos, y permaneció en silencio durante algunos minutos; luego continuó: Y, sin embargo, Juan, ¿sabes en qué pensaba?

Damo, el asombro y la admiración de toda la Grecia, tuvo el valor de la obediencia y se llevó a la tumba los secretos del ilustre anciano. Aun cuando se debilita en Occidente el culto por los muertos y disminuye, por consecuencia, la hostilidad que creaba contra el celibato, la antipatía subsiste, a pesar de todo.

El anciano monje no se aparta de su lado, sostiene la conversacion con discernimiento y buen gusto, se muestra tolerante con las opiniones del recien venido, se presta á cuanto puede complacerle, y no se separa de él, sino cuando suena la hora del cumplimiento de sus deberes.

Y apoyado en el brazo de su fiel criado, el anciano tomó el camino del cementerio para ir, como todos los días, a dar las buenas noches a Magdalena. Al siguiente día se presentó Amaury en casa del conde de Mengis, el cual no era un extraño para él, por haberle visto más de veinte veces en casa del doctor Avrigny.

A veces creía sentir los pasos de la muerte, como el soldado los de su enemigo, y la frente del anciano se arrugaba, pero volvía a serenarse al momento, adquiriendo expresión indiferente. Su atención era cada vez más profunda. En tanto, el paciente tenía fijos en el techo los ojos, donde empezaban a dibujarse las señales de una sombría decisión.