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Considera que tu padre es ya muy anciano, que pronto acaso tendrá que rendir el inevitable tributo que a la naturaleza rendimos todos, y que te dejará dueño de un nombre respetadísimo en este país y de cuantiosos bienes de fortuna. ¡Cuánto se alegraría tu padre de ver, en vida, asegurada en más extenso porvenir su sucesión y en contemplar y acariciar a los legítimos y preciosos nietos que puedes y debes darle!

Después dijo tratando de dar una explicación: No hay nada en esto que no sea muy natural. Mi tío hace mucho bien y se interesa paternalmente por muchas personas... Pero mi madre es muy propensa a sospechar el mal, y por no disgustarla... En fin, hay que ser indulgentes con las debilidades de un anciano que es en suma el mejor de los hombres.

Pero ¿podría compararse nuestra montaña, anciano testigo de otras edades, á un volcán, monte que apenas nació ayer y que aún no ha sufrido los ataques del tiempo?

Y, no obstante, el anciano parecía que no era feliz. Quizá porque la realización de sus deseos le había dejado sin una misión práctica; tal vez, y esto es lo más probable, sentía poco amor por el hijo que había con tanta fortuna recobrado.

Pero Sannini era uno de los cardenales más altamente colocados en Roma exclamé. A la muerte de Pío IX se creyó que sería nombrado su sucesor en el Pontificado. Es cierto observó el anciano, que parecía muy versado en toda la historia moderna de San Pedro, en Roma.

Y eso les ayudaba a pasar las horas de un modo agradable. Hullin, que se había quedado solo frente a su lamparilla de cobre, ferraba los zuecos del anciano leñador; ya no se acordaba del loco Yégof; subía y bajaba el martillo clavando gruesos clavos en las recias suelas de madera, de una manera automática, por la fuerza de la costumbre.

El anciano padre cura que la casó, el Padre García, español como ella, no sólo es su confesor, sino su consultor para los asuntos más arduos, en los seis años que lleva ya de matrimonio.

Los pies del matador apenas se movían ni salían de un círculo estrechísimo; pero este círculo parecía sagrado e infranqueable; los cuernos del toro pasaban rozando la chaquetilla del anciano torero sin hacerle el más ligero daño. Al fin, la fiera, harta de tanto revolverse y acometer sin fruto, se detuvo jadeante.

Se maravilló de la violencia con que había tratado al bondadoso anciano, cuando no hacía más que emitir una opinión y dar un consejo que eran parte de su deber como médico, y que él mismo había solicitado expresamente.

Las preces de un hombre bueno son la más valiosa recompensa, contestó el anciano médico al despedirse. Son las monedas de oro corriente en la Nueva Jerusalén, con el busto del Rey grabado en ellas.