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La víspera de la boda, entró como vecino en la pequeña oficina en que la joven se esforzaba por absorberse en sus cuentas, ante las cuales flotaba obstinadamente un velo de desposada. Tuvo que admirar los trajes y las alhajas, y esto no fue nada todavía al lado de la ceremonia del día siguiente, a la que no se atrevía a sustraerse. A pesar de su ánimo, se le acababan las fuerzas.

Ni aun la negativa de la señorita Nancy de aceptar la mano de su primo Gilberto Osgood simplemente a causa de que era su primo no había enfriado absolutamente la preferencia que había determinado a la señora Osgood, a pesar del gran disgusto que aquella negativa le había causado, a dejarle a Nancy varias alhajas de familia, cualquiera que fuese la esposa futura de su hijo.

Aunque los curas se reciben de las iglesias y sus alhajas, quien corre con ellas, las cuida y guarda, son los indios sacristanes, de modo que en algunos pueblos es tanto el descuido de los curas que ni saben lo que hay, ni dónde están las cosas, aun las más preciosas y usuales.

¿Ha llegado alguna vez a saber tus penas? Tus aprietos, los sacrificios que hiciste para pagar sus cuentas, que empeñaste alhajas y la ropa... ¡No, no! interrumpió rápidamente aquélla. ¡No! ¿Cómo podía saberlo? No tengo enemigo bastante cruel para haberle hecho estas revelaciones. ¿Pero si ella lo hubiese sabido por algún conducto?

Cuando Fortunata entró en el convento, las papeletas de alhajas y ropas de lujo que estaban empeñadas quedaron en poder del joven, que hizo propósito de liberar aquellos objetos en cuanto tuviese medios para ello.

Tomás, otro nuevo á S. Fernando, y se renovó completamente el principal de Nuestra Señora. Mientras se hacia esta última obra fueron robadas en la noche del 3 al 4 de marzo todas las alhajas de la sagrada imágen de Villaviciosa, que estaba provisionalmente depositada en la capilla de S. Pablo. Le quitaron un rico pectoral de esmeraldas, otra joya de la misma piedra, y un gran clavo de perlas.

El joyero lo advirtió perfectamente, pero no le dijo nada porque le conocía. Lo que hizo fué enviar la cuenta de las alhajas robadas a la Amparo. Esta se apresuró a pagarlas y vino en persona a rogarle que no divulgase el hecho. Pronto se persuadió el público de que, a pesar de los pareceres encontrados de los médicos, la locura del duque era evidente.

Sus muebles y alhajas serían vendidos en Alemania. Podía hacer una reclamación al gobierno francés para que le indemnizase después de la derrota: sus parientes de Berlín apoyarían la demanda. Desnoyers oyó con espanto tales consejos. ¡Qué mentalidad la de aquellos hombres! ¿Estaban locos ó querían reirse de él?...

La identidad de la víctima debía ser establecida por su presencia en casa de Lea. ¿Quién si no Lea podía ser asesinada en la calle de Marbeuf? ¿Quién podía llevar sus vestidos, su ropa interior, sus alhajas? ¡Oh! las precauciones para engañar todas las miradas fueron adoptadas admirablemente... La mujer fué desfigurada por las balas del revólver, pero ¿quién había de dudar que era Lea Peralli?

Una de las cosas en que he reparado es que, teniendo las iglesias de estos pueblos tantas alhajas de plata, aun para usos poco necesarios, y muchas de ellas duplicadas en un mismo uso, no hayan empleado parte de esta plata en coronas de las imágenes de la Madre de Dios, resplandores de crucifijos y laureolas de santos, siendo muy rara la imagen en cuyo adorno hayan empleado plata alguna.