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Cuando tomaban la palabra quizá algún crítico escrupuloso pusiera reparos a la voz bronca un poco aguardentosa de la menor y a las frases libres y a los ademanes harto sueltos y descocados de la mayor.

Todos hacían esfuerzos por demostrar con sus palabras y ademanes que era falsa la barbarie que les atribuían los enemigos. Don Marcelo les miró uno á uno. Las fatigas de la guerra, especialmente la marcha acelerada de los últimos días, estaban visibles en sus personas.

Tuve esta idea cuando estaba aquí sin habla, y al despertar me agarré a ella... Es la llave de la puerta del Cielo... Hijo mío, estate calladito, y no chistes, que si tu mamá se va es porque Dios se lo manda... ¡Ah!, don Plácido, ¿está usted ahí?...». , señora dijo el hablador entrando en la alcoba con los ademanes más oficiosos del mundo . ¿Qué se le ofrece a usted? La señora me ha encargado...

Entonces tomé la cuesta muy corriendo; y por esa me ves algo agitada. ¿Te he hecho esperar, papá?... No, hija; esperar, precisamente esperar... no. Mientras Bermúdez respondía así, con aspecto y ademanes de extrañeza, Nieves, inquieta y nerviosa, le miraba... le miraba... como codiciando algo que no se atreviera a pedirle. ¿Me dejas darte un beso? le preguntó al fin.

Era un público nervioso, discutidor, irascible, que perdía con facilidad sus buenas maneras por un simple incidente. La acometividad de los lejanos combates se esparcía como un soplo feroz en torno de las mesas; las mujeres tenían ademanes belicosos. Cada cañonazo contra el lejano París parecía aumentar el arroyo de dinero que chorreaba sobre Monte-Carlo.

Don Pedro Miranda, de quien ya hemos hecho mención, era un hombre que pasaba bien de los sesenta, bajo de estatura y de color, las mejillas rasuradas, la cabeza monda y lironda, los ojos grandes y apagados, los ademanes tímidos.

Dirigióse á la salida, no sin tratar de expresar á Clara con una mirada lo que antes le había dicho con muchas palabras, es decir, que confiara en él y esperara. Hubiera querido verse acompañado de la joven hasta la puerta; pero la infeliz no se atrevió. Cuando el militar estuvo fuera, Coletilla se volvió á Clara, y con irritados ademanes, le dijo: ¿Hace mucho que entró aquí ese hombre?

Entró, pues, el tío Frasquito en la terraza con ademanes de doncella atribulada, y todos se agolparon en torno suyo, acosándolo a preguntas... ¡Todo, todo quedaba por nuevos partes confirmado, y el sauve qui peut era en Madrid general!...

Una autoridad civil se acercó también, y con los mejores ademanes dijo que se fuera cada cual á su casa y renunciaran á aquella manifestación, porque el Gobierno estaba resuelto á que no dieran un paso más.

Todos sus movimientos, todos sus ademanes, eran tan serenos, tan suaves y reposados, que placía en extremo contemplarla y figurarse que aquellas innatas maneras señoriles respondían a un alto destino, tal vez a un elevado origen. Podía fantasearse mucho sobre este particular, porque Carmencita era un misterio.