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Por medio de una querella, de una riña, de una explicación, cuenta con arrojar la cizaña entre vosotros, apoderarse de Herminia y ... ¿quién sabe? ¡acaso separaros para siempre! ¿Es serio lo que usted habla? ¿Sospecha usted de la señorita Guichard? Y , ¿sospechas de tu mujer? replicó con energía Roussel.

Lo que acabo de referir prueba, sin duda, mi ignorancia y mi descuido, pero prueba igualmente el descuido y la ignorancia de la generalidad de mis compatriotas. La fama del señor Milá, que había logrado extenderse hasta el centro de Rusia, acaso no había logrado en España pasar de Cataluña a las demás provincias del Reino.

Quince faltas voluntarias de asistencia, continuaba el catedrático; con que no te falta más que una para ser borrado. ¿Quince faltas, quince faltas? repetía Plácido aturdido; no he faltado más que cuatro veces y con hoy, cinco, ¡si acaso! ¡Júsito, júsito, señolía! contestó el catedrático examinando al joven por encima de sus gafas de oro.

Nébel fijó entonces atentamente los ojos en la hermosa criatura. Era una chica muy joven aún, acaso no más de catorce años, pero completamente núbil. Tenía, bajo el cabello muy oscuro, un rostro de suprema blancura, de ese blanco mate y raso que es patrimonio exclusivo de los cutis muy finos. Ojos azules, largos, perdiéndose hacia las sienes en el cerco de sus negras pestañas.

Los faroles de la calle le parecían astros, los transeúntes excelentes personas, movidas de los mejores deseos y de sentimientos nobilísimos. Entró en su casa resuelto a espontanearse con su tía... «¿Me atreveré? pensaba . Si me atreviera... ¿Y qué hay de malo en esto? En último caso, ¿qué puede hacer mi tía? ¿Acaso me va a comer?

Todas estas dificultades ha declarado el mismo Rostand al periodista Emilio Berr, se obviaban sustituyendo á los hombres por animales. ¿Acaso unos y otros, en lo que tienen de más esencial, no son idénticos...?»

Mi colega de Plany en Val me escribe que está encargado por uno de sus clientes de encontrar una joven de buena familia, de 22 a 26 años, bonita, seria, bien educada y perfecta dueña de su casa, que tenga tanto en dote como en esperanzas... ¡Oh! exclamé con indignación. ¿Qué hay? me preguntó el notario muy tranquilo. Acaso la palabra esperanzas... Es el término corriente.

¡Cómo! ¿ese caballero ha quitado á Calderón las cartas?... , las cartas que yo acaso no hubiera podido arrancarle.

No hubiese sido extraño que me insultaran. ¡Como ahora la impiedad anda libre y se nos persigue y nos maltrata quien quiere!... Ríete de eso: ya te convencerás de que es mentira. No hay tal impiedad ni tal persecución: en fin, lo verás a poco que andes por Madrid. Te advierto que me importaría poco. ¿Acaso no tengo buenos puños?

A pesar del estado de mi ánimo y del abatimiento de mi espíritu, cuando tejía con ella la red de viva plática, recobraba yo mi buen humor de otro tiempo, y me volvía alegre y jovial, y me olvidaba de esas enervantes melancolías que han sido, y acaso todavía lo son, nota sombría de mi carácter; de este carácter mío soñador y lánguido, dado a la pereza y al fantaseo, al delirio vago y a la meditación sin objeto.