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Debajo de este cuadro se ve un tarjetón dorado que dice lo siguiente: «S. A. R. el Infante Duque de Montpensier regaló al Monasterio de Yuste este cuadro, sacado del original que á la muerte del Emperador Carlos V, su glorioso abuelo, se hallaba á la cabecera de su cama

Las guerras civiles, que habían llegado a un período culminante, abrían una carrera fácil a los hombres de resolución, y él no desesperaba de adquirir, a los ojos de mi abuelo, tales títulos de gloria, que le permitiese casarse. Fue por eso por lo que nos abandonó, llevándose la esperanza de volver pronto para no dejarnos ya más.

Las mujeres que trabajaban a las puertas de sus casas los miraban con curiosidad tocada de admiración. ¿Quién es el señorito que va con don Melchor? Mujer, ¿no le conoces? El sobrino; el señorito Gonzalo, que llegó ayer en la Bella-Paula. ¡Vaya un real mozo! Como su padre don Marcos, que en paz descanse. Y como su abuelo don Benito añadió una vieja. ¡Qué familia tan noble y campechana!

Un asunto de conversación la preocupaba sobre todo y le abordaba con frecuencia, aunque fuese motivo para que su desacuerdo con Fortunato se acentuase con violencia. El abuelo de Roussel, general del primer imperio, había recibido de Napoleón primero el título de Barón después de la campaña de 1813, en la cual se había portado como un héroe.

No cabía duda que el señorito se disponía a acogotar a su esposa y al capellán; también acababan de matar a su abuelo en el monte; aquel día, según indicios, debía ser el de la general matanza. ¿Quién sabe si, luego que acabase con su mujer y con don Julián, se le ocurriría al señorito quitar la vida a la nené?

Mi familia es mejor que la suya: mi abuelo no ha sido un tendero como el padre de D. Julián.... Luego, no es una divinidad ni mucho menos, una de esas chicas que llamen la atención, ¿sabes ? ¿Por qué hace tantos remilgos cuando yo soy quien le hago favor? ¿Sabes quién tiene la culpa?

Quiso partir el mismo día; pero los ruegos de su madre y de su abuelo le obligaron á aguardar dos más. El joven estudiante sabía, por las tradiciones de la familia, que su tío era hombre muy sabio, y se le había antojado que había de ser un gran liberal. No comprendía que un hombre muy sabio dejara de ser muy amante de la libertad.

Vendré por aquí... No se mueva usted de esta casa. Yo le daré algo para que se mantenga y pague el alquiler...». Relimpio tembló con sudor frío. «Por mi hijo y por usted consiento en ser Isidora algunos ratitos. Conque... abur, abuelo...». Corrió hacia la puerta, y hallando que no estaba la llave en ella, como de costumbre, retrocedió para buscarla.

Esta casa servía de alojamiento a los antiguos criados de mi abuelo retirados del servicio, y a quienes sostenía la familia con pequeñas pensiones que continuaban percibiendo por algunos servicios que prestaban de cuando en cuando a sus viejos señores; especie de libertos romanos, que muchas familias tenían empeño en conservar.

¡Ay, Señor!... ¡Ha muerto! ¡Mi Antoñico se ha ahogado! ¡Está en el mar! , mujer dijo el marido lentamente con torpeza, balbuceando y como si le ahogaran las lágrimas . Somos muy desgraciados. El chico ha muerto; está donde su abuelo; donde estaré yo cualquier día. Del mar comemos y el mar ha de tragarnos... ¡Qué remedio! No todos nacen para obispos. Pero su mujer no le oía.