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Encendido el rostro y sudoroso, el bravo chico no paraba hasta que Isabelita iba a informarse, de parte de su papá, del motivo de tal estrépito. Si vieras, papaíto decía la niña, muerta de risa ; ha puesto sillas unas sobre otras, y está dando latigazos y diciendo unas borricadas... Dile a ese gallegote que si voy allá le pondré cada nalga como un tomate...

Paréceme que no está muy bien dispuesta. La encuentro peor de la enfermedad del cuerpo; y en cuanto al alma, cada vez la entiendo menos. ¡Qué ideas tan extrañas! Arriba, arriba. Nos veremos luego. Yo no me voy ya de la casa hasta que se acabe todo».

Tengo seis hijos... y una infeliz... diré viuda..., pues veo que voy á morir... Leo en vuestros ojos que sois peores que fieras... ¡, peores! Y el padre se arrastraba por el suelo, y levantaba hacia los ladrones una cara... ¡Qué cara!... Se parecía á la de los santos que el rey Nerón echaba á los tigres, según dicen los padres predicadores...

¿Cómo te has divertido, Penitente? preguntaba dándole palmadas fuertes sobre el hombro. Así, así, contestó Plácido, algo cargado, ¿y ? ¡Pues, divinamente! Figúrate que el cura de Tianì me invita á pasar las vacaciones en su pueblo, me voy... ¡chico! ¿le conoces al P. Camorra?

El P. Jacinto se paró á reflexionar entonces, al verse tan directamente interrogado, y casi se arrepintió de haber venido á tratar del asunto de la boda de Clarita, dejándose llevar de un celo impaciente, sin ponerse antes de acuerdo con el Comendador, según habían concertado; pero el padre Jacinto no era hombre que cejaba una vez dado el primer paso, y después de un instante de vacilación, que no dejó percibir á ojos tan linces como los de su interlocutora, dijo de esta manera: Allá voy, hija; ten calma que todo se andará.

Supuesto que tenéis en vuestro poder el libro de Ringuet, poseeréis seguramente algunas nociones de cirugía. M. L'Ambert confesó que no había llegado aún a ese capítulo. Pues bien replicó M. Bernier, voy a condensároslo en cuatro palabras. La rinoplastia es el arte de rehacer la nariz a los imprudentes que la han perdido.

Amigas de Dios continuó muy recio, de modo que lo oyera la intrusa : mi papá vino de las Indias el año pasado..., y trajo cinco fragatas cargadas de onzas..., y un negrito para que le sirviera el chocolate...; y es tan rico, que se cartea con el rey de las Indias...; y a me da dos reales cada vez que es su santo..., y yo los echo en lo que me da la gana...; y tengo tres muñecas de resorte, y un muestrario de botones que le regaló a mamá para una modista que quitó la tienda...; y tengo dos marmotas de lana para ir al colegio en el invierno..., porque yo voy al colegio, y no a la escuela de zurri-burri, como algunas infelices... que yo conozco..., y puede que no estén muy lejos de aquí.

Que apuesten conmigo diez libras esterlinas a si voy a ver la licencia de Cliff, e iré a estar allá solo. No necesito compañía. Y lo haría con tanta facilidad como cargo mi pipa. ¿Pero quién os vigilará, Dowlas, para confirmar que estáis allá? La apuesta no sería leal.

Y Franz le toma entonces las dos manos. Juan, Juan, ¿qué te ha sucedido? Paciencia, ya lo sabrás todo responde Juan. Será preciso que lo confiese todo a un ser humano, a uno solo... o eso acabará por ahogarme. ¿Es cierto entonces? ¿Quieres?... Esta noche me voy en la diligencia. Ya tengo billete... Antes de venir a verte he atravesado la aldea por última vez.

Sigue siendo joven en la voz, en los ojos, en sus ademanes vivaces y torpes, pero va disfrazado de anciano. Este se alegra más que los otros de ver al príncipe. No cesa de alabar á la casualidad, que ha hecho venir á Lubimoff y que acaba de hacerle encontrar á don Marcos. Si tarda usted dos días, príncipe, no tengo el placer de verle. Me voy á mi tierra pasado mañana.