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Era evidente para la niña que sus tías, sus primas, su mamá misma se conmovían más que de ordinario cuando el susodicho anunciaba una de sus visitas, hasta el punto que la conversación, con frecuencia lánguida aun entre mujeres en el campo, animábase de súbito.

Arturo no respondió, porque en aquel instante la mirada de Judit se había cruzado con la suya... Había visto fulgurar en los ojos de la joven un relámpago de indescriptible satisfacción. ¡Es imposible explicar lo que pasó por él, ni por qué no enloqueció al ver que Judit, levantando una de sus blancas y exquisitas manos, le hacía la seña con que él en otro tiempo le anunciaba sus visitas!

Vivía el Conde con su madre, pero en un enorme caserón, donde gozaba de completa independencia. Así es que recibía amigos y visitas de varias clases sin que su madre, ni por acaso, tuviese que tropezar con ellas ni darse por entendida de nada. La Condesa, sin embargo, no ignoraba la vida frívola y harto disipada de su hijo.

Se unían, formando un crepitamiento continuo. Apareció el senador, que se había alejado para que el padre y el hijo hablasen con más libertad. Nos echan de aquí, amigo mío. No tenemos suerte en nuestras visitas. Ya no pasaban soldados. Todos habían acudido á ocupar sus puestos, como en un buque que se prepara al combate. Julio tomó su fusil, que había dejado contra el talud.

El Magistral dio dos vueltas por el despacho y en una de ellas cogió disimuladamente la carta de la Regenta y la guardó en un bolsillo interior, debajo de la sotana. Adiós, madre; voy a dar los días al señor de Carraspique. ¿Tan temprano? , porque después se llena aquello de visitas y tengo que hablarle a solas. ¿No la lees? ¿Qué he de leer? Esa carta. Luego, en la calle; no será urgente.

Nadie la veía ni en visitas, ni en paseos, ni en teatros. Este eclipse, aunque largo, terminó al fin, cuando pasaron otros cuatro o cinco meses. Rafaela reapareció entonces, lozana, bella y refulgente como un astro, y volvió a ser, durante más de un año, el delicioso centro de las elegancias de Río. Quien enfermó después fue el pobre D. Joaquín.

Rosa Mística, empero, le había dicho que su uniforme no se hallaba capaz de un servicio activo, y esta era la causa de escasear sus visitas. Cuando la tía María le notificó que el duque pensaba emprender la marcha dentro de dos días, don Modesto se retiró inmediatamente. Había formado un proyecto, y necesitaba tiempo para realizarlo.

Sin abandonar mis obligaciones sociales y mundanas visitas, tertulias, juntas de caridad, bailes, saraos, funerales, bodas consagro la mayor parte del tiempo a la lectura.

Había sido un capricho de la artista, un deseo repetido en sus visitas a la casa azul, unas veces por la tarde en presencia de doña Pepa y la doncella, y todas las noches pasando por la brecha de la cerca, donde ya le esperaban en la obscuridad los desnudos brazos de Leonora, aquella boca fresca que se adhería con furor a la suya como si quisiera absorberle.

Menos a Pepe el jardinero y a César el portero... ¿Has hecho el equipaje? No; tengo tiempo esta tarde y mañana. ¿Y las visitas? Realmente, don Mariano, las únicas personas que trato con intimidad aquí son ustedes... Con otras tres o cuatro visitas he concluido.