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21 Sus soldados también en medio de ella como becerros engordados, que también ellos se volvieron, huyeron todos sin pararse; porque vino sobre ellos el día de su quebrantamiento, el tiempo de su visitación. 22 Su voz saldrá como de serpiente; porque con ejército vendrán, y con hachas vienen a ella como cortadores de leña.

El señor gobernador comenzó a echar sapos y culebras por la boca, lo mismo que cualquier rufián de callejuelas, y volviendo y revolviendo los papeles, vino a topar con el paquete de las veinticinco cartas. Su gozo fue entonces inmenso: tenía ya asegurada la venganza.

10 Mas se refrenó Amán, y vino a su casa, y envió, e hizo venir sus amigos, y a Zeres su mujer. 11 Y les refirió Amán la gloria de sus riquezas, y la multitud de sus hijos, y todas las cosas con que el rey le había engrandecido y con que le había ensalzado sobre los príncipes y siervos del rey.

En las cuestiones con sus hermanas, siempre tenía razón Melchor, y las niñas podían carecer de lo más preciso para que Melchor disfrutara de lo superfluo. Doña Laura comía mal o no comía para que su hijo fumase bien. A D. José se le negaba el vino en la mesa para que Melchor pudiese tomar café y no hacer un mal papel entre sus amigos.

A ver, señores, ¿quién me hace oreja? decía don Cristóbal con gestos de padre . Que traigan pan y vino para todos... Homerito, acércate y mete la uña. A tu edad siempre hay apetito, y debes andar algo atrasado.

Nosotros añadió don Celso, atropellando la humanidad de don Zambombo tenemos que hablar despacio, y nos colamos como Pedro por su casa. Conque venga la mejor habitación y el mejor vino, y síganme todos, caballeros.

Sintió el agravio el Genovés, y quiso luego vengarse, pero no pudo hacerse dueño del Castillo, porque no tenia fuerzas para sustentarse solo de por , ni bastante gente de confianza para hechar los amigos de su tio; y así con esperanza de que hallaria en los Catalanes lo que deseaba, vino á Galípoli. No halló á los generales, y dió razon á Montaner de la ocasion que le trahía.

Don Acisclo lo tuvo por buen agüero. Después doña Luz siguió leyendo la carta. La sonrisa se fue acentuando cada vez más. Al cabo vino a convertirse en risa algo burlona. «Es curioso pensó don Acisclo . ¿Con qué chistes se descolgará ahora su papá, a los doce o trece años de muerto, para que ella se ría tan fuera de sazón?». En esto, doña Luz acabó de leer la carta.

Las mamás o las tías y madrinas viejas, que se le acomodan desde su asiento a una masa sopada en vino Priorato, ven pasar con envidia a toda esa juventud oficial que desempeña cargos modestos, pero honrosos en la política argentina.

En suma, el padre Anselmo estuvo muy bien aquel día: censuró el vicio sin censurar al vicio, y no designó ni aludió a nadie. De esto se encargó la maliciosa envidia de las mujeres, excitada con disimulo por doña Inés. Todas hicieron a la emperejilada Juanita blanco de sus insolentes miradas. La consideración del origen ilegítimo de la muchacha vino a corroborar la creencia de que era pecadora.