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10 Y les dijo: Id, comed grosuras, y bebed vino dulce, y enviad porciones a los que no tienen aparejado; porque día santo es a nuestro Señor; y no os entristezcáis, porque el gozo del SE

¿Y por eso se asusta V., tonta?... Revolviendo mi armario, he tropezado con ese sombrero del señor, que no cómo vino a dar a él... Me estorbaba y lo he sacado... Si V. lo quiere y puede sacar algo de él, lléveselo... no sirve para nada. Muchísimas gracias, señorita dijo la doncella, saliendo con el sombrero en la mano. Tengo un hermano a quien le servirá tal vez... No se habló más del asunto.

2 Y se regocijó con ellos Ezequías, y les enseñó la casa de su tesoro: plata, y oro, y especierías, y ungüentos preciosos, y toda su casa de armas; y todo lo que se pudo hallar en sus tesoros; no hubo cosa en su casa y en todo su señorío, que Ezequías no les mostrase. 3 Entonces Isaías profeta vino al rey Ezequías, y le dijo: ¿Qué dicen estos hombres, y de dónde han venido a ti?

Pero quiso su mala suerte que Enrique vino a entender, por la contracción del rostro sin duda, las ganas que le retozaban por el cuerpo, y con tal motivo empezó a lanzarle unas miradas feroces, envenenadas.

Tomamos un sorbo de cerveza, miramos á nuestro alrededor, principiamos á contar las luces, aunque no pudimos terminar; cruzamos algunas palabras sobre el viso dramático que los franceses saben dar alas cosas, sobre esa habilidad fascinadora que sabe hacer bonito, muy bonito, lo que es realmente feo, muy feo; sobre ese instinto trastornador que convierte la realidad en apariencia, y la apariencia en realidad, ofuscándonos de tal modo, que casi llegamos á perder el conocimiento natural de lo que es bueno y de lo que es malo; discurríamos, vuelvo á decir, sobre el particular, cuando el clamoreo confuso y prolongado de la multitud que circuye la barrera, vino á noticiarnos que la hora del concierto se aproximaba.

D. Narciso se sintió herido en lo más vivo de su ser, porque efectivamente hacía todo lo posible por parecerse al magistral, notable orador sagrado. Quedó algunos instantes silencioso y se disponía a contestar, cuando vino a interrumpir el tiroteo la entrada de una nueva señorita llamada Cándida, alta, delgada, enjuta y apretada, de la familia de los bacalaos.

Y por aquí vino, por sus pasos contados, lo que estaba yo viendo venir rato hacía.

Salvatierra hablaba del vino como de un personaje invisible y omnipotente, que intervenía en todas las acciones de aquellos autómatas, soplando en su pensamiento, limitado y vivaracho como el de un pájaro; empujándolos lo mismo al desaliento, que a la desordenada alegría.

No, hombre, ¿qué me voy a enfadar yo? Suéltela, suéltela. ¡Ay, qué gracia! Me gusta usted por lo corto de genio. Al pan pan y al vino vino. Queriéndome a , verá lo que es corazón amante, consecuente y tropical. Pero le advierto una cosa... ¿Qué?

9 Y vino Hatac, y contó a Ester las palabra de Mardoqueo. 12 Y dijeron a Mardoqueo las palabras de Ester. 13 Entonces dijo Mardoqueo que respondiesen a Ester: No pienses en tu alma, que escaparás en la casa del rey más que todos los judíos.