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Una tarde, al anochecer, al ir a entrar a la fonda, pasó por delante de la criada vieja de casa de doña Hortensia, la señora Presentación, y me dió una carta. Era de Dolorcitas. Me citaba para las diez de la noche; tenía que hablar conmigo. Me esperaría en la reja. Vivía en la calle de los Doblones, cerca de la Aduana. Toda mi ecuanimidad se vino abajo desde aquel momento.

Anita no entendía y el hombre, el señor del aya, reía a carcajadas. Desde aquel día el hombre la miraba con llamaradas en los ojos, y sonreía, y en cuanto salía de la habitación el aya le pedía besos a ella, pero nunca quiso dárselos. Vino un cura y se encerró con Ana en la alcoba de la niña y le preguntó unas cosas que ella no sabía lo que eran.

Despues vino el Romancero, esa magnífica epopeya caballeresca, escrita por millares de autores, en el curso de varios siglos, y cuya unidad de accion y de lenguaje ha venido á demostrar prácticamente que la Iliada de Homero pudo haber sido compuesta del mismo modo por la agregacion sucesiva de los cantos de diversos autores y edades.

Y continuó la conversación entre el ama y la sirvienta, mientras ésta, con delantal blanco y haciendo crujir los bajos almidonados y tiesos de su saya, iba del aparador a la mesa, colocando el centro de plata Meneses con sus grupos de flores, las pilas de platos de charolada blancura, las botellas talladas del agua y el vino, y las copas esbeltas, casi aéreas, con su pie azul, y tan frágiles, que sobre el mantel no trazaban sombra alguna.

Me interesó la noticia y resolví dirigir al día siguiente mis pasos hacia la casa del guarda, con la esperanza de ver al Rey. ¡Ojalá se quedase cazando toda la vida! me decía mi huéspeda. Cuentan que la caza, el vino y otra cosa que me callo, es lo único que le gusta o le importa. Pues que coronen al Duque; eso es lo que yo quisiera, y no me importa que me oigan.

10 Moramos, pues, en tiendas, y hemos escuchado y hecho conforme a todas las cosas que nos mandó Jonadab nuestro padre. 12 Y vino Palabra del SE

Era el verdadero Romagné; pero, ¡cuán cambiado estaba! Sucio, embrutecido, feo, con la mirada apagada, el aliento mal oliente, apestando a vino y tabaco, rojo de la cabeza a los pies como un cangrejo cocido, era el prototipo del erisipelatoso. ¡Monstruo! le dijo M. Bernier, se te debería caer la cara de vergüenza. Has descendido a un nivel más bajo que el de los brutos.

Por las caras conocidas que fue viendo mientras el fúnebre séquito pasaba, vino a comprender que el entierro era el de Arnaiz el Gordo, que se había muerto el día antes.

1 Y aconteció en el año undécimo, en el [mes] tercero, al primero del mes, que vino Palabra del SE

A la cola de los ejércitos vienen, como iracundas cantineras, los Herr Professor, llevando al costado el tonelito de vino con pólvora que enloquece al bárbaro, el vino de la Kultur.