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¡Pronto, pronto, una silla! grita la vieja a su niña. ¡Abre los postigos! dice el viejo a la suya. Y agarrándome cada cual por una mano, lleváronme de un trote a la ventana, abierta de par en par, para contemplarme mejor. Acercan los sillones, me instalo entre ambos en una silla de tijera, colócanse detrás de nosotros las dos niñas de azul, y comienza el interrogatorio.

Yo he de mostrar agregó, levantando el rostro hacia la lumbre y golpeando con el puño sobre la mesa que aún quedan en la nobleza castellana ánimos capaces de mostrar la vieja valentía.

Cuento contigo y con dos o tres amigos más, para que nos acompañen. Es una fantasía de mi amable niña Watkinson. No dejes de ser exacto. A Armonville, esta noche, a las ocho. Tu vieja amiga Matilde HussonLa señora de Husson, segura de la aprobación de la señora Martholl, no ocultaba sus proyectos. Había mirado siempre con malos ojos el casamiento de Huberto con la señorita Aubry.

¡Ay Dios mío!, encontrársele así tan de sopetón, ¡precisamente en uno de los pocos instantes en que no estaba pensando en él! Como que iba discurriendo la combinación que le pondría al vestido. ¿Azul o plata vieja? Le miró y se puso del color de la cera blanca.

La vieja vía terrestre que conducía al Oriente, fue abandonada cuando Vasco de Gama dobló el Cabo de las Tempestades, y a su vez el itinerario del ilustre portugués cedió el paso al que trazó el ingenio moderno tan admirablemente personificado en el «Gran Francés», como se ha llamado a M. de Lesseps.

Mirando los salones interminables que parecían iglesias, pensábase involuntariamente en la noche, cuando las sombras ahogaban la macilenta luz de la candileja del avaro y los pasos del viejo y su criada sonaban como en el ulterior de una cripta, en un medroso silencio interrumpido por los crujidos de la madera vieja y las veloces carreras de las ratas.

Hablaba como si le hubiese arrancado el galán a su amiga, con acento protector y desdeñoso que hubiera hecho dar un salto a la orgullosa hija de Salabert si por ventura la hubiese oído. ¡Pobre Clemen! Se está haciendo vieja, ¿verdad? ¡Qué figura tiene todavía!

Uno de los más nobles nombres de la vieja Francia, el de los Odón de Pierrepont, era llevado, y bien llevado, hacia 1875, por el marqués Pedro Armando, quien frisaba entonces en los treinta años, y venía a ser el último descendiente masculino de tan ilustre familia.

Al sudoeste se destacan los promontorios rocallosos de los cerros á cuyas faldas demora la ciudad de Algecíras, á alguna distancia de su puerto y arsenal; y las fortalezas británicas y españolas se miran allí de un lado á otro por encima de las ondas, coléricas á veces, cual si representasen la lucha permanente ó el desafío mudo entre el despecho de una vieja conquistadora de mundos, vencida por sus propias faltas, y el orgullo tranquilo de un gran pueblo que ha encontrado su fuerza en la libertad y simboliza todo su genio progresista con el cosmopolitismo de su comercio, soberano de los mares.

Cuando el capitán del «steamer», un yanki imprudente, de hocico de cerdo, al pasar por Nankin, me propuso ir a recorrer las monumentales ruinas de la vieja ciudad de porcelana, yo rechazé la proposición con un seco movimiento de cabeza, sin levantar los ojos tristes de la tranquila corriente del río.