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Sobre la escuela de este gran pintor, dije cuatro palabras en presencia suya; noté que me miraba con cierta sorpresa y maravilla; nos despedimos, ofreciéndonos mútuamente nuestras habitaciones en Paris, y seguramente no esperaba yo tener hoy el gusto de verme agasajado por su visita.

Me costó muchísimo trabajo contener en mi lengua las oleadas que subían de mi corazón cuando me vi por primera vez enfrente de aquella criatura que cada día se me revelaba con nuevos atractivos, y noté que leyéndome ella esta lucha en la expresión de mis ojos o en el acento de mi voz, tampoco acertaba a pintar con el colorido que la imponían «las circunstancias», el placer con que volvía a verme.

Necesito, no obstante, volver a mi casa y ver a mi padre, a mi madre, a mis hermanos y a mis hermanas. Déjame ir por poco tiempo y pronto volveré. No gusto de que te vayas, contestó ella. Mucho temo que te suceda algo terrible: pero vete, pues así lo deseas y no se puede evitar. Toma, con todo, esta caja, y cuida mucho de no abrirla. Si la abres, no lograrás nunca volver a verme.

Iba a verme casi diariamente, con objeto de olvidar a Judit, y sin cesar me hablaba de ella. Asegurábame que no la amaba ya, que la despreciaba, que se iría al fin del mundo antes que volver a verla; y a pesar suyo, dirigíase casi siempre a los lugares que le hablaban de ella y que le traían a la memoria su recuerdo.

Siento en el alma, hija mía respondió el doctor, verme obligado a separarte de tu amiga, de tu hermana; pero fácilmente se te alcanzará que no puedo dejar a cargo de personas extrañas la vigilancia y el cuidado de mis casas de París y de Ville d'Avray. Tu prima, por lo tanto, tendrá que quedarse aquí.

Pues será necesario que renuncies á verme. ¡Juan! exclamó Luisa, cuyos ojos se llenaron de lágrimas. Preciso de todo punto: las cosas se ponen de manera que no se puede pasar más adelante. ¿No oyes que esta noche la reina ha salido á la calle? ¡Oh! no, eso no puede ser. ¿Que la amparaba un hombre desconocido?... ¡Dios mío! ¿pero qué tengo yo que ver con todo eso?

¿Es a la señorita de Grevillois a la que encuentra usted tan linda? le dije enseñándole el párrafo de lejos. No quiero responder a usted. Elena parecía enfadada y volvía la cabeza para no verme. Si me responde usted, le devolveré la carta. , es esa señorita. Cogió la carta, que le devolví, y se apresuró a meterla en el sobre. ¿Qué quería decir ese «pero» que ha borrado usted?

La primera persona que encontré en la habitación del religioso, sentada y triste junto a una puerta cuyas cortinas estaban corridas, fue a Amparo. Al verme se levantó de una manera nerviosa, y sus ojos se fijaron en con una alegría inmensa, pero aquella alegría tuvo la duración de un relámpago. ¡Ah! dijo yo no esperaba... que volviéseis tan pronto.

Pero allá van reyes do quieren leyes, y con este nombre me contento, sin que me le pongan un don encima, que pese tanto que no le pueda llevar, y no quiero dar que decir a los que me vieren andar vestida a lo condesil o a lo de gobernadora, que luego dirán: ¡Mirad qué entonada va la pazpuerca!; ayer no se hartaba de estirar de un copo de estopa, y iba a misa cubierta la cabeza con la falda de la saya, en lugar de manto, y ya hoy va con verdugado, con broches y con entono, como si no la conociésemos''. Si Dios me guarda mis siete, o mis cinco sentidos, o los que tengo, no pienso dar ocasión de verme en tal aprieto.

Yo que muero; y si no soy creído, es más cierto el morir, como es más cierto verme a tus pies, ¡oh bella ingrata!, muerto, antes que de adorarte arrepentido. Podré yo verme en la región de olvido, de vida y gloria y de favor desierto, y allí verse podrá en mi pecho abierto cómo tu hermoso rostro está esculpido.