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¡Es la última vez, don Zaninski, que vengo a verlo por su toro! Acaba de pisotearme toda la avena. ¡Ya no se puede más! El polaco, alto y de ojillos azules, hablaba con extraordinario y meloso falsete. ¡Ah, toro, malo! ¡ no puede! ¡ ata, escapa! ¡Vaca tiene culpa! ¡Toro sigue vaca! ¡Yo no tengo vacas, usted bien sabe! ¡No, no! ¡Vaca Ramírez! ¡ queda loco, toro!

Comprendo que usted dejará de visitarnos por un tiempo; pero, si no se va a Buenos-Aires, tendrá usted que aguantar nuestra presencia... Pues con Adolfo iremos a verlo frecuentemente a la estancia, para que no esté allí solo como un monje, con sus pensamientos... siempre que usted no nos cierre la puerta...

Los reyes fueron á verlo desde una de las torres del adarve de la ciudad, y tan recios golpes se daban los combatientes, que eran caballeros fijos-dalgo de Castilla y de los Reinos de Aragon, que D. Alonso Enriquez almirante mayor de Castilla, tio del Rey y de Rui Lopez de Avalos condestable de Castilla, á quienes S. M. habia encomendado despartirlos cuando porfiasen en el torneo, tuvieron mucha dificultad para conseguirlo.

Tan flaco era su rostro, que al verlo de perfil podría tenérsele por construido de chapa, como las figuras de las veletas. En su cuello no cabían más costurones, y en una de sus orejas el agujero del pendiente era tan grande, que por él se podría meter con toda holgura un dedo.

Espero que tendremos el gusto de verlo otra vez... ¿No es verdad? ¡Oh, , señora! En casa todos tendríamos mucho placer... ¡supongo que todos! ¿Quiere que consultemos? se sonrió con maternal burla. ¡Oh, con toda el alma! repuso Nébel. ¡Lidia! ¡Ven un momento! Hay aquí una persona a quien conoces. Nébel había sido visto ya por ella; pero no importaba. Lidia llegó cuando él estaba de pie.

De un salto bajó de su caballo e hizo lo que yo le pedía. ¿Qué quieres hacer? me preguntó. Vas a verlo dije, pero primero suelta los caballos... ¡No faltaba más! dijo Roberto riéndose. Me haces el efecto de quien quiere coger las liebres poniéndoles un grano de sal bajo la cola. E hizo ademán de atar las riendas a un tronco de árbol. ¡Suéltalos! ordené.

Un ser viviente había surgido entre las piedras de la tumba, y avanzaba hacia él arrastrándose. Esta manera de moverse no le pareció extraordinaria. También él vivía en este momento á ras de tierra. Como le era imposible levantar su cabeza del suelo, oyó cómo se aproximaba aquel ser viviente, pero sin poder verlo.

¡Pero señor!..., ¡el pobre Juan está enfermo!..., ¡mañana no hablará más!..., ¡por caridad, vaya a verlo! ¡No puedo y no puedo!... ¡Le haremos cualquier demostración!... ¡Tenemos dinero! ¿Dinero?..., ¿cuánto me dará? ¡Doscientos pesos! Bueno... ¿dónde está la casa? Aquí cerca... calle Paraná número setenta.

En ser visto donde Sol del Valle había de verlo, ponía Pedro Real el mayor cuidado; en que no se la viera sin que se le viese a él; si al teatro, bajo el palco a que fue Sol, que fue el de la directora, y no más que dos veces, estaba la luneta de Pedro; si en Semana Santa, por donde Sol iba con Lucía y Adela, Pedro, sin piedad por Adela, aparecía. Decirle, nada le había dicho. Ni escribirle.

Te voy a hacer un armario para la ropa, tan bueno y tan famoso, que la gente pedirá papeleta para verlo, como la Historia Natural, y Caballerizas.