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Lo que Yégof decía nosotros lo veíamos, Juan Claudio... El loco parecía no fijarse en nosotros y miraba las figuras de la chimenea con la boca abierta; pero, después de un momento, al bajar la cabeza y vernos a todos atentos, comenzó a reír, con risa de loco, gritando: «Y en ese tiempo, vosotros creíais ser los señores del país, ¡oh hombres rubios, de ojos azules y blancas carnes, alimentados de leche y de queso, que no bebíais sangre mas que en otoño, en la época de la caza mayor!; os creíais los dueños del llano y de la montaña, cuando nosotros, los hombres rojos de ojos verdes, que venían del mar...; nosotros, que bebíamos siempre sangre y que sólo amábamos la guerra, llegamos una buena mañana, con nuestras hachas y venablos, remontando la cuenca del Sarre a la sombra de los viejos robles... ¡Ah!

Cuando la dama dejó de hablar, sacó el padre Cifuentes a relucir la tabaquera de cuerno, con su heraldo obligado, el pañuelo a cuadros azules y verdes, y con la mayor naturalidad del mundo dijo resueltamente: Su hija de usted no tiene vocación, señora condesa. Quedóse Currita estupefacta y desconcertada, y tartamudeó moviendo la cabecita: Pues ella me había dicho... Yo creía...

Ya no soy aquel triste Abindarráez Que os daba tanto llanto, puras fuentes; Ya no escribiré hermano sino esposo, Por las cortezas de los verdes árboles. Pero, si no me quiere mi Jarifa ¡Cuánto mejor me fuera ser su hermano! Mas aunque no me quiera, el ser su hermano Ya quita la esperanza a Abindarráez De la gloria que el alma ve en Jarifa.

El cubo del jardinero rompía un instante la capa verdosa de su superficie, dejando ver el azul negruzco de las grandes profundidades; pero apenas extinguidos los círculos excéntricos de la inmersión, volvían a aproximarse y a confundirse las verdes lentejas, y otra vez desaparecía el agua bajo su mortaja vegetal, sin un estremecimiento, sin un susurro, muerta e inmóvil como el templo en el silencio de la tarde.

Estremecíase éste con las burbujas acuáticas surgidas incesantemente del fondo de arena, donde crecían manojos de plantas gelatinosas, verdes cabelleras ondeantes, moviéndose en su cárcel de cristal líquido á impulsos de la corriente. Los insectos llamados «tejedores» rayaban con sus patas inquietas esta clara superficie.

Después de mucho tiempo y no pequeños esfuerzos, entramos al obscurecer en una ensenadita árida y silenciosa, animada solamente por el vuelo circular de algunas aves. En cuanto de la playa alcanzaba la vista, erguíanse altas rocas escarpadas, intrincados laberintos de arbustos verdes, de un verde obscuro y hojas perennes.

La tarde declina y mi mano cansada se niega á sostener la pluma. ¡Oh valle de Laviana! ¡oh ríos cristalinos! ¡oh verdes prados y espesos castañares! ¡Cuánto os he amado!

Tenía que hablarle... ¡Santo Cristo de Burgos, cortinas verdes!... A buenas horas nos entra la fineza... El demonio que te entienda, chica, ¡ahora clamas por tu marido! Para lo que ha de servirte, más vale que no parezca por acá en mil años. Es que le tenía que hablar. No ha estado aquí desde anoche.

Fuentes, ya cesa el llanto; verdes árboles, Ya parto a ser esposo de Jarifa, Que ya no soy su hermano Abindarráez. Sale NARVÁEZ y NU

Eran escenas mitológicas y bíblicas; damas arrogantes, de abultadas carnes color de rosa, que comparecían ante guerreros rojos o verdes; enormes columnatas; palacios con guirnaldas de flores; cimitarras en alto, cabezas por el suelo, tropeles de caballos panzudos con una pata en alto: todo un mundo de viejas leyendas, pero con tintas frescas a pesar de los siglos, y entre franjas de manzanas y hojarasca.