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Pero no sin disponerme a concluir el paquete de cigarrillos, antes de que el sueño venga. Y aquí está la causa: bailé anoche con María Elvira. Y después de bailar, hablamos así: Estos puntitos de la pupila me dijo, frente uno de otro en la mesita, no se me han ido aún. No qué será... Antes de mi enfermedad no los tenía. Precisamente nuestra vecina de mesa acababa de hacerle notar ese detalle.

El primer propósito era el de enamorarme, como un loco, de mi hermosa vecina continuó Felipe, y como era el más factible, lo puse en práctica aquel mismo día. Consistía el segundo en declararle mi pasión a la primera oportunidad, y eso ya no era tan fácil; como que era necesario primeramente encontrar la ocasión y después atreverse a aprovecharla.

Pero en lo que las mujeres sobresalían, era en la crónica de los trapos: se habían aprendido el trousseau de memoria como el librito secreto de la Sociedad Hermanas de los Santos. Doce vestidos de calle decía una personita impertinente, de veinticinco años largos, sacando la punta de su zapato de raso por el ruedo del vestido. ¿Doce? le preguntaba la vecina, quince... ¡ya los he visto todos!

Por fin llegaron los arqueros á un lugar de la sierra desde el cual se divisaban en el lejano horizonte las torres de Pamplona, y allí se detuvo la Guardia Blanca, en cumplimiento de las órdenes del príncipe. Los altos montes estaban cubiertos de nieve y los arqueros se acomodaron lo mejor que pudieron en una aldea vecina.

Era don Mariano Vázquez que llamaba a la puerta de calle. Don Mariano, un cuarentón bien parecido y mejor conservado, se presentó como amable hombre de mundo. Manifestose alegre y decidor. Si tuvo una novia inconstante en otro tiempo, esa novia parecía ya harto olvidada. Dio durante la comida alguna broma a Adolfo, con una «elegante señorita» que había visto en la ventana de una casa vecina.

Las ovejas se agrupaban protegiéndose mutuamente de la calcinación solar de los sesos, que cada una ponía bajo el vientre de la vecina, hasta ofrecer, en compacto conjunto, el aspecto de grandes quillangos puestos a secar.

Y acometido a su vez del fuego de la inspiración, halló en las profundidades de su espíritu un rasgo feliz que a él mismo le dejó sorprendido. Basta que haya pocas personas si éstas nos agradan. La vecina hizo un signo de aquiescencia bajando modestamente los hermosos ojos.

Veíanse, además, hacia una y otra parte, algunos hornillos, largo anteojo de latón y de cobre, un alambique, cuya trompa pasaba por un agujero a la cuadra vecina, y otros muchos objetos adivinados apenas en la penumbra astral de la estancia. Esperad exclamó Velasco, esperad; no nos alleguemos aún.

Margarita Martí, doncella, hermana de las dichas Isabel y Ana; natural y vecina de esta Ciudad, de edad de treinta y ocho años; reconciliada, presa segunda vez por judaizante.

Tenía comunicación con un torreón de piedra llamado castillo de Ambeles, que hay en el paseo-ronda de este nombre, y que, según voz común, había a su pie una puerta por la que subterráneamente se podía salir al cerro de Santa Bárbara que está en la sierra vecina, dándosele aquel nombre porque dicha Santa tuvo erigida allí una ermita: cerca de ella hay una cueva de regular profundidad, que por tener tres agujeros para entrar, se conoce por la Cueva de las tres puertas.