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Homero ó los rápsodas homéricos no se proponen en la Iliada pintar el mundo helénico antes de la irrupción de los dorios, sino tan sólo la cólera de Aquiles, ni en la Odisea la civilización occidental, sino los trabajos de Ulises. Pero aun suponiendo legítimos estos propósitos, todavía es mas censurable la manera con que se realizan.

Ulises necesitaba olvidar su reciente fracaso... Y los dos hicieron sus libaciones á los dioses, pero con absoluta pureza, sin que una gota de agua viniese á cortar la diafanidad de piedra preciosa del vino. Un grupo de cantores y bailarines invadió la terraza.

Caminaron lentamente hacia la estación del funicular por calles solitarias, entre muros de jardín, con un lado amarillo de sol y el otro azul de sombra. Ella fué la que buscó el brazo de Ulises, apoyándose con un abandono pueril, como si la fatiga la hubiese dominado desde los primeros pasos. Ferragut apretó este brazo contra su cuerpo, sintiendo inmediatamente la excitación del contacto.

Viendo entrar á Ulises, se levantó con los brazos tendidos. ¡Di que no me guardas rencor!... ¡Di que me perdonas!... He sido muy mala contigo esta tarde, lo reconozco. Se había abrazado á él, frotando su boca contra su cuello con un arrullo felino.

Manifestó Tòni el mismo deseo. ¡Ojalá no viesen más á esta rubia, que traía la desgracia!... En los días siguientes, el capitán apenas abandonó su buque. No quería encontrarse con ella en las calles de la ciudad: dudaba de la dureza de su carácter; temía ceder á sus ruegos al verla otra vez llorando y suplicando. Se desvaneció la inquietud de Ulises al quedar terminada la carga del buque.

Dió la mano el conde al marino, una mano dura, bien cuidada y forzuda, que se mantuvo largo rato sobre la de Ulises, queriendo dominarla con una presión sin afecto. La conversación continuó en inglés, que era el idioma empleado por la doctora en sus relaciones con Ulises. ¿El señor es marino? preguntó éste para aclarar sus dudas.

¡Yo no quiero morir, Ulises!... No soy aún vieja para morir. Yo adoro mi cuerpo, soy el primero de mis enamorados, y me aterro al pensar que puedo ser fusilada. Pasó por sus ojos un reflejo fosfórico; sus dientes chocaron con el castañeteo del terror.

Los mares del Extremo Oriente eran los menos frecuentados por Ulises. Sólo dos veces había navegado hacia los puertos chinos y nipones, pero conocía lo suficiente para mantener la conversación con este viajero que mostraba en sus gustos cierto refinamiento de artista.

La impaciencia arrastraba á Ulises hasta su hotel, para implorar las luces del portero. Este, animado por la esperanza de un nuevo billete, hacía sonar el teléfono y preguntaba á los criados de los pisos superiores. Luego una sonrisa triste y obsequiosa, como si lamentase sus propias palabras: «La signora no está. La signora ha pasado la noche fuera del albergo.» Y Ferragut partía furioso.

En el cuarto de Ulises se veían cintas, madejas de hilo, un abanico viejo, depositados sobre papeles y libros, por el mismo reflujo misterioso que había arrastrado sus retratos del dormitorio de su madre al de su prima. El marino gustaba de quedarse en casa.