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Azorín no ha leído más y ha dicho: Pepita, este hombre a quien esta muchacha quiso despreció frívolamente un gran tesoro. Era ya un poco viejo; acaso estaría ya también un poco cansado de la tristeza de la vida. Pudo ser feliz un momento y no quiso serlo. Azorín ha añadido, tras breve pausa en que contemplaba los ojos de Pepita: , éste era un hombre loco.

»En aquel instante entró mi esposo, y Carlos, haciendo un esfuerzo sobre mismo, cambió su tristeza en la conversación viva y mordaz que le caracterizaba. »Había en la franqueza de sus modales y en la gracia de sus palabras un atractivo que le hacía simpatizar con todo el que le trataba.

La infinita tristeza del crepúsculo en aquel sitio tan lleno de soledad, penetraba hasta lo más íntimo en el espíritu del inspector general y una honda amargura le subía a los labios: «¡Demasiado tarde! pensaba. ¡Es demasiado tarde!... ¡No se recomienza la vida cuando se quiere!...»

, tiene usted cien veces razón decía ella yo necesito una palabra de amistad y de consejo muchos días que siento ese desabrimiento que me arranca todas las ideas buenas y sólo me deja la tristeza y la desesperación.... Oh, no, eso no, Anita; ¡la desesperación! ¡qué palabra! Ayer tarde, no puede usted figurarse cómo estaba yo. Muy aburrida, ¿verdad? ¿Las campanas?...

Pero, con todo esto, por dondequiera que va muestra su tristeza y melancolía, y no se precia de criar en sus aguas peces regalados y de estima, sino burdos y desabridos, bien diferentes de los del Tajo dorado; y esto que agora os digo, ¡oh primo mío!, os lo he dicho muchas veces; y, como no me respondéis, imagino que no me dais crédito, o no me oís, de lo que yo recibo tanta pena cual Dios lo sabe.

Pasó la juventud, y, al tiempo que ella, sus puras emociones, flores que ya perdieron su perfume; santas é inexplicables emociones que, como la tristeza que mi vida consume, ni explicar puede el labio su grandeza, ni comprender su encanto el pensamiento.

Los fenómenos nerviosos y morales del carbonato de cal manifiestan un estado de padecimientos crónicos y de nutricion enfermiza; el moral le espresa por la ansiedad, la impaciencia, abatimiento, tristeza, sustos, hipocondría, indiferencia, falta de memoria y de voluntad.

El aterciopelado verde de la campiña se había cambiado en otro más pálido y amarillento; segada y recogida la yerba de los prados y despuntados los maíces, las mieses habían perdido toda su lozana frondosidad; y su aspecto, aunque bastante más risueño que la primavera de Castilla, infundía cierta tristeza en el ánimo que la había contemplado dos meses antes.

Todos los años, al oír las campanas doblar tristemente el día de los Santos, por la tarde, sentía una angustia nerviosa que encontraba pábulo en los objetos exteriores, y sobre todo en la perspectiva ideal de un invierno, de otro invierno húmedo, monótono, interminable, que empezaba con el clamor de aquellos bronces. Aquel año la tristeza había aparecido a la hora de siempre.

Pregunta por su luz, tan dulce y pura, pregunta por su inmensa trayectoria, y si es verdad que en la celeste altura existe o no la gloria. Busca, en fin, un amor en cada cosa y cada amor te ofrecerá su rosa. Yo, mientras tanto, buscaré en las cosas una lágrima oculta, una tristeza. Es justo. En mis jardines ya no hay rosas sino espinas: ¡las lleva mi cabeza!