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Teniendo plena conciencia de sus propios errores y de sus infortunios, trató desde muy temprano de ejercer una estricta vigilancia sobre la tierna alma cuyos destinos estaban á su cargo. Pero esta tarea era superior á sus fuerzas, ó á su capacidad.

La mayoría de las mujeres necesitan el orgullo en el amor; que el amado infunda admiración y envidia por su valentía, por su hermosura, su riqueza ó su talento. El hombre ama casi siempre por lástima, por la tierna conmiseración que le inspira la mujer. Sus miembros adorables no pueden defenderla.

Toda circunstancia en que me reconocía con más amplitud de fuerzas, más sensibilidad, mayor memoria en que mi conciencia, por decir así, tenía mejor timbre y resonaba más, todo momento de concentración más intensa o de expansión más tierna era un día para no ser olvidado nunca.

MANRIQUE. ¡Esto aguardaba yo! ¡Cuando creía que más que nunca enamorada y tierna me esperabas ansiosa, así te encuentro, sorda a mi ruego y a mis halagos fría! ¿Y tiemblas, di, de abandonar las aras donde tu puro afecto y tu hermosura sacrificaste a Dios...? ¡Pues qué! ... ¿No fueras antes conmigo que con Dios perjura? ; en una noche... LEONOR. ¡Por piedad! MANRIQUE. ¿Te acuerdas?

Poseía una gracia ingénita que no siempre acompaña á la belleza perfecta: su traje, á pesar de su sencillez, despertaba en el que la veía la idea de que era precisamente el que más le convenía. Pero la tierna Perlita no estaba vestida con silvestres hierbas.

El irascible capitán no sólo parecía un padre en aquel momento, sino una madre tierna y cuidadosa. No se atrevió á darla un beso aunque buenas ganas se le pasaron, pero tomó su linda barba entre los dedos y la acarició. Mas como al hacerlo volviese los ojos, por ese secreto instinto que nos advierte el peligro, hacia la ventana, observó que cruzaba por delante Rosenda.

El Alí de Haquín, tu mensajero, me entregó la carta en que me das cuenta de la enfermedad de tu padre Abunazar y de los ruegos y oraciones que has prodigado para aplacar el ángel airado de la muerte. ¡Cuán bien conozco en tu tierna inquietud, en tu oficioso esmero por quien te dió el ser, el espíritu generoso y de fuego que te anima!

Por fin te encontré me dijo otra máscara esbelta, asiéndome del brazo, y con su voz tierna y agitada por la esperanza satisfecha. ¿Hace mucho que me buscabas? No por cierto, porque no esperaba encontrarte. ¡Ay! ¡Cuánto me has hecho pasar desde anoche!

Un instante después atravesaba la plaza con paso diligente e iba a llamar a casa del cura con gran admiración de los muchachos. Liette, que le había seguido con tierna mirada, se volvió entonces hacia el notario. ¿Qué hay? le preguntó sin otro preámbulo.