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Pero ¿se prestarían a venir Mari Pepa y su hija, no obstante sus buenos y caritativos deseos? ¿No les arredrarían los obstáculos de la nieve y del frío, de aquel frío como no le había sentido yo ni en Rusia quizás, por no haber en Tablanca otro recurso que el de la cocina y un mal brasero para combatirle? ¡Mal conocía yo los alientos de las señoras tablanquesas!

Con los apuntes que había llevado yo a Madrid y otros que fue enviando Neluco cuando se le pidieron, un arquitecto amigo mío y persona de buen gusto, hizo un plan de reformas interiores de la casona de Tablanca, muy adecuado al carácter y antigüedad del edificio: cosa seria y cómoda en lo posible.

Con esto rompieron a llorar la madre y la hija, y se aumentó la palidez de Chisco y hasta le tembló un poquitín el labio de arriba por un lado, síntomas que no había notado yo en él ni aun viéndole en la cueva de marras, mano a mano con el oso. ¡Si le calaría bien adentro la sorpresa de aquella granizada de onzas de oro, que era una riqueza entre los pobres labriegos de Tablanca!

Corría de cuenta de don Sabas avisar a todos los curas del Arciprestazgo y muchos más, si se podía; y con su dirección y con la del médico, y hasta con su ayuda material, escribía o firmaba yo cartas y más cartas, dando cuenta del fallecimiento de mi tío y de la fecha de sus honras fúnebres en la iglesia parroquial de Tablanca, a todas las personas de viso de la provincia, que, en opinión de aquellos amigos, debían de saberlo.

Hablando del camino que habíamos llevado hasta allí desde Tablanca, no podía omitirse lo de la casa de los Gómez de Pomar, ni lo del encuentro con uno de ellos en el pueblo de más arriba. A todo este relato prestó grandísima atención nuestro huésped, pero sin decir una palabra durante ni después de él.

Por parte de mi abuelo ya fue cosa muy diferente. Nuestra casa de Tablanca ejercía en todo el valle, por virtud de su condición benéfica amén de ilustre, cierto señorío indiscutible y patriarcal, y era el paradero obligado de todas las personas notables que pasaban por allí, incluso los obispos. Solamente en lo que recordaba mi padre, se habían hospedado dos en ella: el de Santander y el de León.