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Veía al médico muy preocupado con el tronco y sin pensar en los dolores inefables que ella sentía en lo más suyo, en algo que sería cuerpo, pero que parecía alma, según era íntimo.

Rubín se encontraba bien en aquel círculo, pero una noche acertó a ver en las mesas de enfrente a un hombre que le desconcertó por completo. Era un amigo suyo que le había prestado dinero.

Los ojos avecindados en el cogote, que parecía que miraba por cuévanos; tan hundidos y oscuros, que era buen sitio el suyo para tiendas de mercaderes; la nariz, entre Roma y Francia; las barbas, descoloridas de miedo de la boca vecina, que, de pura hambre, parecía que amenazaba a comérselas; los dientes, le faltaban no cuántos, y pienso que por holgazanos y vagamundos se los habían desterrado; el gaznate, largo como avestruz, con una nuez tan salida, que parecía se iba a buscar de comer, forzada de la necesidad; los brazos, secos; las manos, como un manojo de sarmientos cada una.

Aquel que llevaba, de cabeza deforme, no era suyo, sino de una compañera que andaba con un ciego de violín, borracha ella, y si a mano venía, tomadora.

Siendo un enjerto del mal, emblema y producto del pecado, no tenía derecho á estar entre niños bautizados. Era muy notable el instinto con que la niñita comprendía su soledad y el destino que había trazado un círculo inviolable en derredor suyo; en una palabra, todo lo peculiar de su posición respecto á otros niños.

Entonces me asaltó el triste y tardío deseo de poseer algún recuerdo suyo, un bucle, un lazo que conservase su melancólica fragancia peculiar. Lo hubiera guardado con la misma unción amorosa y sagrada con que Rodolfo besaba el gorrito blanco de Mimí. Porque la pobre muerta era un jirón de mi juventud que se iba para siempre.

Un día es un día; hay que dar a la juventud lo suyo, y ella ¡ay! recordaba enternecida cuando el doctor Pajares era estudiante y se sentaba a su lado en la mesa. La merienda se animaba. Nelet había encendido la lámpara del comedor, y los moscardones y mariposas del vecino jardín, atraídos por la luz, aleteaban nerviosamente, chocando con la pantalla de porcelana.

Pero si la afectación ó el amaneramiento es su origen, y si contraría ó no al estilo más puro de la poesía, sobre lo cual no puede haber duda, aunque esto disminuya la extrema admiración que se profesa á este poeta, siempre resulta que es un defecto suyo, no eximiéndolo de él la afirmación de que esa manera de hablar era la de la sociedad de buen tono de su tiempo y peculiar de la poesía castellana, desde una época anterior, puesto que, al decir que Calderón ha incurrido en las mismas faltas de sus contemporáneos, no se refuta nuestro aserto, no siendo tampoco verdad que esas mismas faltas hayan sido generales y dominantes en España antes.

Se llevaba lo suyo; no había pedido nada de la herencia de su padre. Leonora era rica; con una delicadeza admirable había rehuido hablar de dinero al discutir los preparativos del viaje; pero él no iba a ser un entretenido, no quería vivir como aquel Salvatti que explotó la juventud de la artista.

Paseábase en tanto Zadig por los jardines que ornaban las inmediaciones del lugar, quando á corta distancia del camino real vió una muger llorando, que invocaba cielos y tierra en su auxîlio, y un hombre enfurecido en seguimiento suyo. Alcanzábala ya; abrazaba ella sus rodillas, y el hombre la cargaba de golpes y denuestos.