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El cuerpo era blanco, no con la blancura mate, yesosa y seca de la gardenia, ni con el tono marfilesco sucio de la magnolia, sino ligeramente carminoso como el de una rosa blanca que tuviera pudor y se ruborizase.

Robaban en Madrid, robaban en los campos veraniegos cuando salían de excursión a las ferias; pero todo había de ser nuevo, sin uso alguno. Su traje, aunque remendado y sucio, era suyo, lo habían hecho para sus cuerpos, y lo preferían, con toda su astrosidad, a las ropas usadas que fuesen mejores. Su estómago sufría antes el hambre que la náusea del asco.

Al día siguiente habría carne de corzo en Tetuán; y el guarda que intentase impedirlo corría el riesgo de verse cazado, de que le disparasen de entre la espesura sin darle el «¡altoSi no había carne, era que el Mosco estaba en la cama entrapajado, sucio de sangre, con una ración de plomo debajo de la piel.

La inocencia era tercera sin saberlo, y su pureza cubría aquel amor culpable, de igual suerte que el inmaculado manto de nieve puede ocultar el sucio estercolero. Una sensación, por mitad indignación y repugnancia, estremeció el alma del cura, y como el mal no engendra sino males, sus labios murmuraron involuntariamente esta blasfemia: «¡Oh, madre; también puedes llegar a ser ídolo falso

De este período embrionario de su memoria, lo que mejor recordaba Isidro eran las gracias de Capitán, un perrillo feo y sucio, camarada de miseria de la familia. Les acompañaba en las meriendas en el campo y las comidas en las aceras.

Mientras los recién llegados se sentaban en los duros y estrechos bancos contiguos a la mesa, don Zambombo entró en la bodega, de la que salió al cabo de un cuarto de hora con un gran jarro de vino blanco en una mano, y en la otra un vaso de vidrio sucio.

Y no la vió más. Nuevas preocupaciones torcieron el curso de sus pensamientos. Un día encontró en la calle á un ruso que parecía viejo y enfermo: Sergueff, su antiguo maestro. Debía tener unos cuarenta años y parecía un setentón, con la barba de un blanco sucio, el pelo triste, como apolillado, y un rostro de profundas arrugas, sin más vida que la de los agujeros verdes de sus ojos.

Se familiarizó con su jerga, adquirió amistades vergonzosas, aprendió a beber y a jugar, pero no cayó nunca en el vicio del robo; en medio de la crápula, supo mantenerse honrado, porque él no era malo, sino haragán. Sus largas ausencias no preocupaban a nadie; eran eclipses parciales, en que desaparecía por encanto y reaparecía por milagro, más sucio, más andrajoso y más hambriento que antes.

Mi equipaje está sucio y desgarrado. »Se me dirá que de esto me tengo yo la culpa, pues he saltado portillos y corrido por los prados, y me he sentado en ellos.... Pero, señores míos, ¿es posible que á otra cosa se pueda venir al campo?

Contrastaba su indisputable aire de gran señor con su traje abandonado y hasta sucio, y dábale todo ello el aspecto de un anciano monarca disfrazado de tendero. Hallábase sentado ante una gran botella de ginebra, que despachaba poco a poco en una inmensa copa de cristal, echando de cuando en cuando algunos terrones de azúcar.