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El viento parecía haberse detenido, y el humo se quedaba sobre nuestras cabezas, envolviéndonos en su espesa blancura, que las miradas no podían penetrar. Distinguíamos tan sólo el aparejo de algunos buques lejanos, aumentados de un modo inexplicable por no qué efecto óptico o porque el pavor de aquel sublime momento agrandaba todos los objetos.

Ella compartía la misma admiración en otro extremo de la escena, y los dos se buscaron con la atracción de dos astros que se presienten, con el irresistible impulso de dos afinidades electivas, para no separarse más. Bailaron en adelante el uno para el otro. Imposible encontrar el ritmo sublime en brazos distintos.

Yo no lo que te digo, Marianela, porque la onda de mis emociones me anonada y confunde, haciendo imposible todo discernimiento claro y ordenado. Acumula todos los amores que han merecido el canto sublime de los poetas y de los genios, y no serán, reunidos, pálido reflejo del que yo siento por quien sabes.

Ella así y yo animándola con la mirada «enternecida» y la frase dulzona, representábamos la escena sempiternamente cursi a los ojos de un espectador desapasionado y frío; pero yo, que había sido de éstos hasta entonces, la encontraba hasta sublime, y me producía sentimientos e impresiones que jamás había notado en los profundos de mi corazón.

Cuando llegó a Rucanto la niña de Luzmela, la recibieron los sobrinos de don Manuel con indiferencia sublime, mirándola de hito en hito...; ¡fué aquella la primera vez que bajó los ojos turbada delante de su nueva familia!...

Con ella llenaba mi joven alma solitaria de toda la poesía que hay en no ser comprendida; pasar por el mundo como ella, como sacerdotisa bienhechora y en un renunciamiento sublime, me parecía la vocación claramente designada para mi existencia.

Por las orillas fértiles del Plata La gavilla de Rosas se dilata Amenazando hundir la Libertad: Montevideo grande, fiel, sublime, Bajo el enorme peso que la oprime Alza tranquila el último fanal.

Cuando el pensionista se levanta, usted, sublime comedianta, le hará una reverencia. De todas formas, lo habrá salvado de la desesperación y del tedio; habrá suscitado usted en él la voluntad de vivir, que es el auxiliar más eficaz del médico.

Aquella vida siempre dada al ensueño, siempre mecida en los columpios de la fantasía, alimentada y nutrida con platillos lamartinianos, era desviada, acaso perniciosa; pero ¡ay! tan bella, que cada hora, suya se me antojaba como el canto de un poema sublime cuyas delicadezas y excelsitudes nos arrancan de esta pobre vida terrena y nos llevan a vivir en un mundo ideal; me parecen como una sinfonía adormecedora, algo como la música de los grandes maestros, así como de Mozart, Beethoven o Wagner, que nos saca de la penosa y prosaica vida material y por breves horas nos hace felices, aniquilando en nosotros todo dolor, todo fastidio.

Y consignó uno de aquellos, que «en una de las sesiones oratorias, le sirvió de tema el pueblo de Israel, y con lenguaje expresivo y sublime enarró las maravillas de aquel pueblo excepcional»: que no era posible decir cosas más hermosas y poéticas, pero «que cuando el orador se consideró en la cumbre del monte Nebo y presentó al pueblo israelita y a Moisés contemplando la tierra prometida, su elocuencia fue nueva, sorprendente, y lo sublime parecía poco ante aquel espíritu transfigurado por el pudor cuasi divino de las ideas». Fue en Venezuela que dijo, hablando de la independencia de América: «El poema de 1810 está incompleto y yo quise escribir su última estrofa». Luego Martí, no pudiendo amoldarse a las exigencias del Gobierno de aquella República, del cual era entonces Presidente el general Guzmán Blanco, salió de allí, despidiéndose en una carta bellísima de los venezolanos que amó.