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En ese capítulo falta, pues, una exposición metódica, no digo de la historia literaria de Colombia, sino del estado actual de la literatura en aquel país; ni se mencionan nombres como los de Borda, Arrieta, Isaacs, Obeso y tantos otros descollantes; nada sobre la Academia, sus trabajos, y, sobre todo, ese inexplicable silencio acerca del periodismo bogotano! Quizá haya tenido el Sr.

No vemos en ellas el esfuerzo laborioso, ni la ciencia que de antemano se adquirió en el aula, o que se toma de repente y de prestado en un diccionario, o en cualquier otro librote, sino vemos la espontánea y fresca lozanía del propio ingenio, radiante de luz interior, a par que maravillosamente ilustrado por el numen. El Sr.

¡Bien dicho, bien dicho! exclamó el buen Sr. Wilson. Yo temía que la mujer pensaba solo en hacer de su hija una saltimbanquis. ¡Oh! no, no; continuó Dimmesdale. La madre, creédmelo, reconoce el solemne milagro que Dios ha operado en la existencia de esa criatura.

Nosotros os dejamos ahora allí donde creemos no os falte la necesaria industria para buscar la posada, cenar, acostaros y trasladaros á la mañana siguiente, muy tempranito, al lugar de Quacos, distante de Yuste un cuarto de legua, y donde vive el administrador del Sr.

El Sr. Gener niega todo esto al negar a Dios. Y no soy yo quien saca la consecuencia: el mismo señor Gener explícitamente la saca. La contradicción está en que el Sr. Gener nos habla mucho del amor y se muestra fervorosamente enamorado. ¿Pero dónde está el objeto que de tanto amor sea digno? A la verdad que no se descubre ni se comprende.

Pero antes de seguir, quiero quitar de esta relación el estorbo de mi personalidad, lo que lograré explicando en breves palabras el objeto de mi visita al Sr. de Bringas.

Y mandaron se imprima en el dia y se reparta sin pérdida de instantes, arreglándose lista de los individuos, en la que deberán ser comprendidos el Reverendo Obispo, el Exmo. Sr.

Poco tiempo después de la escena arriba referida, aconteció que el Reverendo Sr. Dimmesdale, al mediodía, y enteramente de improviso, cayó en profundísimo sueño mientras, sentado en su sillón, estaba leyendo un volumen en folio que yacía abierto sobre la mesa.

Era el Sr. de Torquemada, persona de confianza en la casa, que al entrar iba derecho al gabinete, a la cocina, al comedor o a donde quiera que la señora estuviese. La fisonomía de aquel hombre era difícil de entender.

Siguió por la calle adelante despidiendo alegría de su rostro fresco; y entrando en la tienda de Sobrino, empezó a ver cosas y a dar sobre todas ellas su parecer, encareciendo unas, desdeñando otras, no harta nunca de ver y de comentar. «Que me lleven esto a casa... Vaya, Sr.