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Y no pocos creían que ella había correspondido a aquel amor con afecto tan puro como vehemente. Por cierta se daba la desesperación de Bernardín Riveiro al ver que iba a ausentarse el alto objeto de su adoración y de su culto. ¿Dónde habría ido Bernardín Riveiro a ocultar su dolor o más bien a darle en la soledad rienda suelta?

El contraste de aquellas maravillosas hermosuras del elemento iluminado y agitado, con la soledad de aquel desierto movedizo, era imponente. ¡Qué suprema tristeza en el fondo de tanta vida de la naturaleza!

Clara, en los días que lleva de soledad, ha cambiado mucho. ¡Hay en su carta tan singular exaltación, tan profunda tristeza, tan amargos pensamientos!... Lee, lee dijo el Comendador con viva emoción. Lucía leyó como sigue: "Amada Lucía: Mil gracias por todo cuanto estás haciendo por . Sería yo desleal si te ocultase nada de lo que siento.

Cuando se halló, por fin, en la soledad del Scriptorium, tomó los pinceles con mano trémula y, sobre el estirado trozo de vitela, quiso reproducir una vez más las iluminaciones del misal del monasterio y del Libro de horas de la Reina de Francia; mas nada pudo lograr. Sus dibujos parecían los dibujos de un niño.

Regalábame la mujer con cuidado y habíame dicho que sólo sentía que fuese farsante, porque yo había fingido que era hijo de un gran caballero, y dábala compasión. Al fin, me determiné de escribirla lo siguiente: CARTA «Más por agradar a V. Md. que por hacer lo que me importaba, he dejado la compañía; que, para , cualquiera sin la suya es soledad. Ya seré tanto más suyo cuanto soy más mío.

El hombre virtuoso debe ser fuerte de ánimo, y no tenerle miedo a la soledad, ni esperar a que los demás le ayuden, porque estará siempre solo: ¡pero con la alegría de obrar bien, que se parece al cielo de la mañana en la claridad!

Mosén Jòrdi, el cura párroco, era víctima de este mujerío desbordante, que amargaba su existencia con rivalidades y peleas. El hombre de Dios amaba la soledad tranquila del mar, y despachaba aprisa su misa para instalarse cuanto antes en un lugar favorable de la costa con sus cañas y sus redes. Nadie como él conocía el motivo de la irritabilidad femenil que revolucionaba al pueblo.

Antoñico, que vió su rostro contraído, se apresuró á alejarse juntándose á Soledad, que también había advertido la maniobra y estaba irritada y seria. ¿Qué te decía Antonio, querida? preguntó el majo. ¡Antonio! exclamó la morena con sorpresa. ¿Qué me había de decir Antonio?... Nada. ¿No estaba hablando contigo en este momento?

Ya sabía ella que todo aquello era mojama y conversación de Puerta de Tierra. ¡Pues no faltaba más que dos gachós tan serranos se juntasen y se apartasen como dos perros callejeros! Andad, hijos, que las piedras de la calle os irán echando bendiciones. Soledad, no consientas más en la vida que ese desaborío te regale ligas. Ya te anuncié que habíais de reñir...

Ellos eran ángeles de paz que se entregaban en el silencio de la soledad a la práctica de una moral excelente y pura y que no aparecían entre los hombres más que para ofrecerles algún beneficio. Sus mismos ocios estaban consagrados a la oración y a la caridad.