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Aquella explosión de trueno le hizo recordar los combates del diabólico héroe, del religioso caballero de la Cruz, burlón con Dios y con el diablo, que hizo siempre su soberana voluntad y tan pronto peleó al lado de los suyos como vivió entre los enemigos de la Fe, según sus caprichos y aficiones. No; de éste no renegaba Febrer.

Perdónenme ustedes. Hicieron lo posible por calmarlo. En el fondo, ni a uno ni a otro les parecía tan mal aquello. Después de todo, la acción del Duque había sido tan villana, que bien estaba que se castigase villanamente. Peña, durante el camino, llegó a decir cuchufletas acerca de la soberana paliza que el magnate acababa de recibir.

Dirigióse inmediatamente a casa del almirante; y el hombre de los pergaminos lo llamó hijo de cabra y vela verde, y echó verbos y gerundios, sapos y culebras por esa aristocrática boca, terminando por darle una soberana paliza al sacerdote. La excitación que causó el atentado fué inmensa.

Esta la rechazó con violencia, diciendo: «Haced saber á vuestra soberana que yo no ofrezco por nadie, ¿lo entendeis?». Con el dinero y la respuesta volvió la mensajera á la reina, quien en alto grado sintió un desaire tan marcado; mas tratando de refrenar su enojo, se contentó con pagar aquel con otro mayor, que era el no ofrecerla la salida de la iglesia antes que á la real comitiva.

Manejaba el hermoso corcel con gracia soberana y vestía rica túnica de seda blanca bordada de pequeñas flores de lis de oro, flotante de sus hombros luengo manto de púrpura.

Y no quiero culparles, pues que tiene Cualquiera, acá estamos, sobresalto, Pensando cada cual que le conviene Rogar á nuestro Dios, que de lo alto Envie su socorro: que si viene A dar el enemigo algun asalto, Sin duda perecemos, porque vana La guarda es sin la guarda soberana.

Parecía que en su alma, como en alegre selva iluminada de repente, empezaran a trinar y a saltar mil encantadores pajarillos. ¡De tal modo se le anunciaban las necesidades satisfechas, los goces cumplidos, las deudas pagadas y otras satisfacciones más, traídas por la soberana virtud del oro!

Julio Desnoyers, al encontrar esta danza de su adolescencia, soberana y triunfadora en pleno París, se entregó á ella con la confianza que inspira una amante vieja. ¡Quién le hubiese anunciado, cuando era estudiante y frecuentaba los bailes más abyectos de Buenos Aires, vigilados por la policía, que estaba haciendo el aprendizaje de la gloria!...

»Le espero el 20 de este mes en Aranjuez.» »Hoy es ese día exclamó Carlos con acento apasionado, ¡y no estoy en Aranjuez!... Estoy aquí... en el castillo de Arcos... cerca de una amiga... que sospecha, que me acusa, y a quien no quiero abandonar. »¡Qué! Carlos, ¿se queda usted? »Mientras viva me contestó con aire sombrío; mientras usted no me diga: «márchese»... porque, ¡mi soberana es usted!

No, no podía ser castigo, porque él no era malo, y si lo fue, ya se enmendaría. Era envidiable, tirria y malquerencia que le tenían, por ser autor de tan soberana eminencia. Querían truncarle su porvenir y arrebatarle aquella alegría y fortuna inmensa de sus últimos años.... Porque su hijo, si viviese, había de ganar muchísimo dinero, pero muchísimo, y de aquí la celestial intriga.