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Así, pues, cuando salió de casa de su padre y se metió en su silla de manos, se hizo llevar á una tienda inmediata, donde tomó una silla y se ocultó tras de la puerta. Rivera dijo á un hombre embozado que acompañaba á la silla de mano ; id, entrad casa del duque, buscad á su secretario Santos, y decidle de mi parte que venga.

Su rostro está más enjuto, la frente más pálida, la nariz más aguileña; pero toda su persona conserva el boato de costumbre. Hermosa cadena reluce sobre sus negros vestidos de gorgorán. Espuelas de oro resuenan en sus tacones. La fúnebre capa de catorceno ha sido plegada cuidadosamente sobre el respaldo de la silla.

Hablamos un largo rato y convinimos en que mañana volvería para recibir mis últimas disposiciones. Salvador se agitó en su silla protestando: Pero, Dios mío, acabará usted por matarse con esa ansiedad.

Sentado en un rincón al lado de su suegro, departía con él amigablemente sobre asuntos serios, remojando á menudo las fauces con sendas cañas de manzanilla. Ni la misma Pepa con sus ruegos logró moverle de la silla. Entonces el señor Rafael, enojado de aquella falta de galantería, se levantó exclamando: Ea, chiquilla, deja á ese gallego y humíllate á dar cuatro pataditas con este pobre viejo.

Se oyó el ruido de la silla del cura al levantarse con violencia. No; no se vaya... yo me iré... ¡si yo soy el último mono! ¡si ya que quien priva aquí es el sobrinito!... Pero algún día le abrirá Dios los ojos... Al fin se ha de saber quiénes son los que sirven desinteresadamente, y quiénes los que vienen solamente a pescar una herencia.

Usted sabe muy bien que no soy rico añadió Pedro con cierta timidez. Para ella lo es usted... ¡pobre Beatriz!... y además... Aquí interrumpióse de súbito y preguntó a Pierrepont: ¿Qué dice de esto su tía de usted? No dice nada, porque nada sabe. La señora de Aymaret se incorporó bruscamente en su silla.

Durante los últimos días en la casa de los moriscos, creyose curado para siempre; pero el descendimiento desde lo alto de la ventana y el mismo viaje en silla de manos hasta la ciudad habían reabierto la herida bajo las vendas.

Aún hay más: el hombre de la campaña, lejos de aspirar a semejarse al de la ciudad, rechaza con desdén su lujo y sus modales corteses, y el vestido del ciudadano, el frac, la capa, la silla, ningún signo europeo puede presentarse impunemente en la campaña.

Diole en la nariz cierto husmillo a gloria a Miguel de Cervantes, porque de una pequeña parte que vio, sacó un todo de perfecciones; y fue aquella pequeña parte una mano blanquísima, enriquecida con hermosos cintillos, que descansando iba, y por debajo de las cortinas, en la portezuela de la silla de manos; mano de alabastro, torneada; mano que hablaba en favor del brazo, y que, siguiendo por él, hacía soñar en un cuerpo humano poco menos que divino.

«No, no te vas dijo ella deteniéndole con fuerza por un brazo ; no te vas sin decirme si puedo contar contigo. ¿Para quémurmuró el médico temblando. ¡Sentía un frío...! «Yo necesito una cantidad dijo Isidora febril, los labios secos. No puedo... complacerte repuso el joven, dejándose caer en una silla. puedes, puedes. ¡Augusto, por amor de Dios!..., socórreme, socórreme. Te diré...