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El frío de la mañana los penetraba también como a su dueño; yacían silenciosos y melancólicos, esperando, sin duda, que los rayos del sol mostraran su belleza y esplendor. Sólo en tal sitio que otro, al caer la luz sobre el barniz, producía un blanco reflejo que semejaba al ojo vidrioso y opaco de un moribundo.

Nos saludan haciendo descargas al aire con sus revólvers, y luego trepan la cuesta silenciosos, pensando sin duda en los ocho días de mula que les faltan para llegar a su destino. El aspecto de la naturaleza cambia visiblemente, revelando que nos acercamos a la región de las montañas.

¿A quién se le ocurre hacer revoluciones á media noche?... Es la peor de las horas, cuando todo el mundo vive y está despierto. Eso podrá ser en los países donde hace frío y la gente se acuesta temprano, ¿pero aquí?... Aquí, la hora mejor para la revolución es la una de la tarde. Todos los oyentes aprobaron con gestos silenciosos.

Ni siquiera siguió el carruaje la turba miserable que se quedaba fuera de la plaza aguardando noticias y antes de terminar la corrida estaba enterada de todos sus incidentes y de las hazañas del maestro. Gallardo gustó por primera vez la amargura del fracaso. Hasta sus banderilleros iban ceñudos y silenciosos, como soldados en derrota.

En esto el gozque, alzando las orejas en ademán de inquietud, comenzó a murmurar mirando hacia un cabo de las tapias, y a la luz de cierta lámpara que ardía delante de una imagen apartada, se dibujó la negra sombra de un bulto que observaba el jardín y la reja, y que viendo ocupada la calle torció otro camino sin aguardar a ser alcanzado por los pasos diligentes, si bien silenciosos, de Cigarral.

¡Buen animal! dijo Montenegro dando palmadas en el cuello del corcel. Y los dos jóvenes quedaron silenciosos examinando la inquieta nerviosidad de la bestia, con el fervor de unas gentes que aman la equitación como el estado perfecto del hombre y consideran al caballo cual el mejor amigo.

El barón permaneció algún tiempo cabizbajo; Froilán y Roger no iban menos silenciosos y pensativos que él, pero el alegre Gualtero, que no tenía penas ni amores, se entretenía en blandir la pesada lanza de su señor, amenazando con ella á los árboles y dirigiendo grandes botes á imaginarios enemigos, aunque cuidando mucho de que el barón no advirtiese su belicosa pantomima.

Aunque no llovía en aquel momento, la noche estaba muy húmeda y el piso, según acusaban las polainas de los soldados, verdaderamente asqueroso. En la villa se hallaban ya casi todos al corriente de lo que pasaba, y muchos bultos negros, silenciosos, ocupaban los balcones, sacándose los ojos para ver cómo desfilaban los presos.

Eran veteranos del Mediterráneo, silenciosos y ensimismados, que obedecían maquinalmente las órdenes, sin preocuparse de adonde iban ni de quién los mandaba. ¿No hay más? preguntó Ferragut. El conde aseguró que otros hombres vendrían á reforzar la tripulación en el momento de la salida. Esta iba á ser tan pronto como la carga quedase terminada.

El rey Buby y Ratón Pérez se pusieron de rodillas con el mayor respeto, y hasta los cazadores ligeros se arrodillaron también, dentro del canasto vacío en que merodeaban silenciosos. El niño comenzó á rezar: ¡Padre nuestro, que estás en los cielos!... Hizo el rey Buby un gesto de inmensa sorpresa al oirle, y se quedó mirando á Ratón Pérez con la boca abierta.