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No se apure, señora exclamó éste haciendo de tripas corazón, esforzándose por sonreír. ¿No puede ser? Lo siento muchísimo; pero lo mismo Carlota que yo sabremos tener calma y esperar con paciencia. D.ª Carolina se llevó el pañuelo a los ojos como si quisiera llorar. ¿Qué es eso? ¿No hay boda? preguntó Presentación; y, levantándose con ademán desabrido, añadió: ¡Bah, bah!

Y en cuanto á usted, querido amigo, no tenga pesares, créame: posee usted en mismo lo que más se parece á la felicidad en este mundo, y gracias al Cielo, creo que siempre lo poseerá: la paz de la conciencia y la varonil serenidad de una alma consagrada al deber. Este anciano tiene razón, sin duda alguna. Estoy tranquilo y sin embargo, no me siento dichoso.

Todavía, después de tantos años, ahora que de nadie necesito, ahora que si no soy rico, por lo menos vivo cómoda y decentemente, sin pensar en el dinero para el día de mañana, cuando recuerdo la hipócrita calumnia de Ricardo y las reticencias de don Juan, siento que me ahoga la sangre.

O lo que es más probable dijo la condesa , estará llorando sus faltas y la pérdida de su voz. Pero ¿dónde está? repitió con instancia Rafael. No lo respondió la condesa , y lo siento, porque quisiera ofrecerle consuelos y socorros si los necesita. Guárdalos para quien los merezca dijo el general. Todos los desgraciados los merecen, tío repuso la condesa.

Retírese tu gente y confiada Mi alma en tu palabra, ilustre prenda, Sabrás mi historia, y muerte de dos vidas: Que no lloro prisión ni siento heridas. NARV. Soldados, vayan todos adelante. NU

Si hay en alguna actividad poderosa, si siento algunas veces en una fuerza superior a la del hombre, es en el aislamiento de la noche y en la contemplación de las tumbas. Todas las ideas sublimes nacen del corazón, y el corazón del hombre está hecho de dolor y de sombras.

De este encuentro contaba Martí: «Me siento puro y leve, y siento en algo como la paz de un niño. ¿Por qué me vuelvo a acordar ahora de la larga marcha, para la primera marcha de batalla que siguió al combate victorioso con que nos recibió el valiente y sencillo José Maceo?

A la hora de comer, Maximiliano habló del caso, describiendo la cura y haciendo augurios poco lisonjeros sobre la suerte de la enferma. «Tienes razón observó la viuda . Me parece que de este barquinazo no sale. ¡Pobre mujer! ¡Tener ese vicio! De veras lo siento, pues no hay otra como ella para correr alhajas».

»Pepita, Pepita: yo me siento conmovido y estoy a punto de sollozar cuando pienso en todas estas cosas... Yo me veo solo, yo me veo triste; yo veo que mi juventud va pasando estérilmente, sin una ternura, sin una caricia, sin un consuelo... »Adiós. No quiero que te pongas también triste. Este es un viejo que va todas las tardes al Congreso.

Y yo siento, al llegar aquí, el tener que dolerme de que las palabras a veces sean demasiado grandes para expresar cosas pequeñas; hay ya en la vida sensaciones delicadas que no pueden ser expresadas con los vocablos corrientes.