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Siento una tristeza sin esperanza, sin ilusiones; la tristeza de la buena fortuna, más terrible que todas, pues pocos hombres la conocen.

Solo siento de los paisanos criollos, á quienes ha sido mi ánimo no se les siga algun perjuicio, sino que vivamos como hermanos, y congregados en su un cuerpo, destruyendo á los europeos.

Opina Rosalía que debí eliminar de la publicación algunos detalles íntimos de su carta; pero yo los dejé intencionalmente, por la pintoresca vivacidad que daban al relato. Rosalía, en resumen, está conforme con que yo haya revelado el secreto de su vida. En cambio, Petrona está enojadísima por haber publicado su conversación conmigo. Yo siento mucho perder la amistad de esta muy querida amiga.

Mucho lo siento, dixo la dama; y volvió á llorar sus desventuras propias. Acordaos, dixo Cilofilo, de María Estuardo, que estaba honradamente prendada de un guapo músico que tenia excelente voz de sochantre.

Ahora mismo estoy bien, no siento nada... Te tengo a mi lado y pronto veré a Amaury... Soy feliz y me encuentro muy a gusto. Mira: ahí tienes a Amaury. ¿En dónde está? En el jardín, hablando con Antoñita. Por lo visto ha equivocado la hora dijo sonriéndose el doctor; yo le decía en mi carta que viniera a las once y él habrá leído con los ojos del deseo que la cita era a las diez.

El deshonor, la muerte, todo lo creo preferible á la miseria... Yo, que no temo los peligros, me siento cobarde al pensar en la pobreza. Moría la madre, crédula y sensual, fatigada de esperar una fortuna sólida que no llegaba nunca.

La Nela apartaba las ramas para que no picaran el rostro de su amigo, y al fin, después de bajar gran trecho, subieron una cuesta por entre frondosos castaños y nogales. Al llegar arriba, Pablo dijo a su compañera: Si no te parece mal, sentémonos aquí. Siento pasos de gente. Son los aldeanos que vuelven del mercado de Homedes. Hoy es miércoles. El camino real está delante de nosotros.

Lo que siento es que no hayas ido á darles la bienvenida, porque lo que es tu padre... ya podía llegar el rey de España, que él seguiría tan quieto en su despacho, sin asomar siquiera las narices por el balcón para verle pasar... Pues á poco rato dicen que pasó Pedro á caballo, que traía al niño mayor delante de . El niño iba muy contento, y arreaba la caballería con un latiguillo.

Cásate. Yo no me casé porque cuando pude hacerlo ya era viejo, y además no necesitaba de familia. Con los de tu casa tenía yo bastante. Siempre me quisieron mucho. Lo único que siento es que no he podido pagarles tantos favores como les debo. Amito: si yo fuera rico no tendrías que servir a nadie, nadie te mandaría.... El pobre Andrés me abrazaba enternecido.

¡Pero si yo no digo que deseo morir ni mucho menos, papá, yo te lo juro! Me siento ahora demasiado feliz para pensar en tal cosa. Además, ¿no es usted el primer médico de París? Pues no dejaría así como así que se muriese su hija. Avrigny lanzó un suspiro. ¡Ay! murmuró.