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Me explicó que por Semana Santa sale un paso donde va San Elías con una pluma en la mano y mirando a los balcones. Se dice en Sevilla que va sacando una lista de las solteronas. Reí de buena gana, porque me halagaba aquella resolución, y volví sobre la idea de matrimonio y a dolerme por anticipado de los obstáculos con que íbamos a tropezar.

De todas suertes, ¡qué cuarto acto tan poético! El Guadalquivir allá abajo.... Sevilla a lo lejos.... La quinta de don Juan, la barca debajo del balcón... la declaración a la luz de la luna.... ¡Si aquello era romanticismo, el romanticismo era eterno!...». Doña Inés decía: Don Juan, don Juan, yo lo imploro de tu hidalga condición...

Puesto, finamente, en libertad aquel prelado volvió con él á Sevilla, donde á 15 de Agosto de 1711 hizo la profesión de cuatro votos.

Era inquisidor mayor de Sevilla en 1638 el señor don José Ortiz de Sotomayor, personaje campanudo, de gran coranvobis, soberbio como él sólo y tan poseído de su persona y cargo, que se hacía servir como un reyezuelo despótico y arbitrario.

Ha de saberse, pues, que antes de dejar a Madrid envié a Sevilla un poder legalizado para reclamar en debida forma la hacienda que, por herencia de su padre, pertenecía a mi esposa. Como se recordará, en la entrevista que tuve con mi suegra y don Oscar me había comprometido a no pedirles cuentas y a dejar la fábrica en su poder, lo mismo que las demás fincas que constituían la herencia.

Los de la cuadrilla poníanse serios, con una gravedad temerosa, pensando en los escapularios y medallas que manos femeniles habían cosido a sus trajes de lidia antes de salir de Sevilla. El espada, herido en sus adormiladas supersticiones, irritábase contra el Nacional, como si viese en esta impiedad un peligro para su vida. ¡Caya y no digas más barbariaes! Ustés perdonen.

Según asiento de los libros de Mayordomazgo del Archivo municipal, fecha de 20 de Mayo de 1405, se mandó al Mayordomo Juan Martín «que comprase ciertos toros para lidiar,» y el 10 de Noviembre se pagaron «á Miguel André, vecino de las Cabezas de San Juan, cuatrocientos é cinquenta maravedis que ha de aver por apreciacion que fué fecho por juramento que tomaron por un toro que traxeron aquí á Sevilla para lidiar por las alegrías que Sevilla mandó fazer por el nacimiento de nuestro señor el infante don Juan, fijo del Rey don Enrique, nuestro señor, que Dios mantenga

Espinel, en su Sátira contra las damas de Sevilla, tratando de las doncellitas de su tiempo: «Luego les duele el hígado y el bazo; luego piden las paxaras del ayre....»

No fué esta aplaudida comedianta de Sevilla la única que dió fin á su carrera de tal modo: que algunas más que ella, después de lucir en las tablas sus gracias y donaires y después de pasar lo mejor de la vida, alegre y regocijadamente, se retiraron á descansar al convento, donde dieron grandes muestras de virtudes. Porque ya se sabe: el diablo harto de carne, etcétera, etcétera....

El jefe no juzgaba oportuno por entonces comprometer su dignidad presentándose ante las amotinadas, y por medida de precaución había reunido en la oficina a los empleados y consultaba con ellos, conviniendo en que la sublevación no era tan temible en la Granera como lo sería en otras Fábricas de España, atendido el pacífico carácter del país. No quisiera él estar ahora en Sevilla.