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Se trataba de permanecer sentados jugando al truque, y sin beber más líquido que aguardiente, hasta ver quién era el último que caía.

Esta noche, el dolor de mi triunfo te asesina. ¡Muérete, muérete, miserableDígase, en honor de la verdad, que en aquellos mismos instantes, Belarmino, el reptil, practicaba peregrinos arpegios con su silbo, pero era en el lecho, durmiendo y roncando a pierna suelta, a par de Xuantipa, y soñando que sostenía un coloquio exquisito, sentados entrambos sobre las nubes, con Meo de Clerode, el distinguido filósofo de Kenisberga.

Los cambistas y negociantes estaban sentados ante las mesillas cargadas de dinero; otros vendían copas de metales preciosos; por el suelo había cestas de panes, jaulas de palomas, y en el centro resaltaba la figura de Jesús divina e imponente, vestido con túnica tan blanca como la luz misma, echando de allí a los que profanaban la casa del Señor.

Al quinto día de acaecida la defunción, creen que el muerto se aparece al que duerme en la misma cama del finado. Al sacar el cadáver de la casa, ponen á todos los chicos sentados en la escalera, de forma que el ataúd pase por cima de ellos. De no hacer esto, y no cerrar inmediatamente que sale el féretro todas las ventanas, se cree que pronto entrará en la casa otra muerte.

Y por eso y por el respeto cariñoso que su dueño inspiraba el destinado desde tiempos antiguos para los recreos del vecindario. Sentados bajo los corredores ó recostados contra la tapia de la pomarada había ya muchos grupos de hombres y mujeres.

Esparcidos por el recinto, unos sentados, otros de hinojos, estaban: el maestro de escuela, que era un joven rubio afeminado, con traje de labrador en día de fiesta; el escribano del lugar, que trabajaba toda la semana en Lada y venía los sábados por la tarde a pasar el domingo con su familia; rostro enjuto, nariz aguileña, aspecto de raposo; cierto caballero llamado D. Jaime, hijo del pueblo, que había llegado recientemente de América: color de aceituna, ojos pequeños y hundidos, enfermo del hígado, de cuarenta y cinco a cincuenta años de edad; el sacristán y otras dos o tres personas, que por su aspecto representaban la transición entre el labrador y el caballero.

Esperamos un rato, sentados en sillas al pie de la reja, y al cabo vimos entrar a la superiora por la puertecita del fondo, tomar con los dedos agua bendita y santiguarse. Era una monjita flacucha y pálida, de unos cuarenta años de edad. Gloria se levantó, acercó la cara a la reja y le dijo sonriendo: La gracia del Espíritu Santo sea con vuestra reverencia. ¿No me reconoce?

Después le parecía que los muros se apartaban: se encontraban en el interior de una gran sala, cuyas paredes estaban tendidas de negro; en el fondo había una mesa con un crucifijo y dos velas amarillas, y sentados alrededor de esta mesa cinco hombres de espantosa mirada, cinco inquisidores vestidos con la siniestra librea del Santo Oficio.

Sentados en el corredor contemplaban los viajeros la llegada de la noche y comentaban las incidencias del viaje, cuando de pronto dijo Ricardo con una espontaneidad que asombró gratamente a Melchor: ¡Voy a probar el piano! ¿No estará cerrado? Ha de tener la llave puesta, si no avisa y volviéndose a Lorenzo: ¡y qué bien toca Ricardo, eh?...

¡Y me equivoqué! Porque un instante después pude ver, entrando vacilantes y de la mano, por la puerta de la sala, a nuestros cuerpos muertos, que volvían obstinados... La voz se quebró de golpe. ¡Cocaína, por favor! ¡Un poco de cocaína! Todo el día, sentados en el patio en un banco, estaban los cuatro hijos idiotas del matrimonio Mazzini-Ferraz.