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El duque no dió señales de oir. Con los párpados caídos, bufando y paseando el cigarro de un ángulo a otro de la boca, se mantuvo silencioso y guardó de nuevo la cartera después de haberla apretado con una goma. Faltan quinientas pesetas, señor duque , repitió Fayolle. ¿Cómo? ¿Faltan quinientas pesetas? No puede ser.... A ver; cuente usted otra vez. El comerciante contó.

El ancla cayó al mar con un ruido estridente de cadenas. La barca se dispuso a virar sobre ella. ¿Vas a amarrarte a tierra, Domingo? preguntó don Melchor. , señor respondió el capitán. No hay necesidad; amárrate en dos. Dentro de una hora podrás enmendarte. Tanto me cuesta uno como otro dijo en voz baja el capitán alzando los hombros, y luego en voz alta añadió: ¡Echa la de uso!

¡Que no, que no recibo! repitió, con un juramento. Señor insistió el criado, dice que tiene que ver forzosamente al señor; que se trata de un asunto de interés. Don Bernardino cogió de nuevo la tarjeta y leyó: Robert. Bueno, que pase; acabemos. Pidió a misia Gregoria que arreglase las mantas del lecho, que abriera las cortinas y le diera el espejo de mano.

El capote de soldado que le cubre parece aumentar la expresión trágica de aquella figura gigante y mendiga. Don Pedrito retrocede estremecido, y arroja el bordón lejos de . Detrás del pobre está la sombra de Doña María. ¡Ten tu cruz, hermano! Gracias, noble señor. ¿ no sabes dónde hallaré yo la mía?

Me ha sorprendido usted despojado de mi ministerio. No como ministro del Señor, sino como criatura del Señor, cuitada e imperfecta como todas ellas.

Es curioso... Creí tener muchas cosas que escribir esta noche, y no me ocurre nada... Estoy distraída... Busco las palabras, y mis ideas se confunden... ¿Qué estará haciendo el señor Baltet mientras yo escribo?... 1.º de marzo. La de Ribert ha recibido una carta de mi alma hermana, llena de esperanzas para .

Del fondo de la bodega salió un grito llamando al señor Vicente. Era un arrumbador que dudaba ante los números blancos trazados al frente de una bota y pedía una aclaración al bodeguero. ¡Voy, hijo! gritó el viejo. ¡Cuidado con equivocarse en la medicina!...

A lo que él respondió: -Yo, señor gobernador, me llamo el doctor Pedro Recio de Agüero, y soy natural de un lugar llamado Tirteafuera, que está entre Caracuel y Almodóvar del Campo, a la mano derecha, y tengo el grado de doctor por la universidad de Osuna.

¡Cómo, Magdalena! vaya un modo de abandonar a las solteronas me dijo en cuanto se calmó un poco la emoción de una entrada tan bien combinada y no bien se hubo sentado en la silla que le indicó la abuela. Esto es una traición. No, señor cura respondí alegremente. Continúo mis estudios, con permiso de la abuela.

Señor Duque, ¿qué puede hacer por un gran señor como usted un pobre cantante como yo?... ¿Necesitaré también, señores, decirles el poder que tiene en sus manos cómo lo ejerce? El protege las artes, reaviva el comercio y la agricultura, construye fábricas, hace que nuestra patria progrese en el interior y que sea respetada por los extranjeros.