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La desenfrenada codicia de los bárbaros usurpadores los empeñaba en pillarlo todo, sin respetar los templos; en ellos derramaban la sangre humana sin distincion de sexos, ni edades.

«En este medio tiempo se juntaron en uno á cabildo Suson, padre de la Susana que llaman la fermosa fembra: Benadeva, padre del canónigo: Abalofia el perfumado que tenia las aduanas en cambio del rey é de la reina: Aleman, poca sangre, el de los muchos fijos Alemanes.... los Adalfes de Triana que aun vivian en el castillo.... Cristóbal Lopez Mondadura á San Salvador, é otros muchos ricos é poderosos que llamaron é vivian en las villas de Utrera i Carmona.

No puedes negar su sangre: mujeriego, amigo de las perdidas, capaz por una cualquiera de comprometer la suerte de la casa... ¡Y yo, grandísima tonta, trabajando por ellos! ¡olvidando la salvación de mi alma, para lograr que llegues donde no llegó tu padre!... ¡Y cómo me lo agradeces!... ¡Lo mismo que aquél! con un disgusto a cada momento.

La sangre corría en abundancia por la cubierta y los puentes, y a pesar de la arena, el movimiento del buque la llevaba de aquí para allí, formando fatídicos dibujos.

Toda la sangre de su cuerpo se diría que se le subió a la cabeza. Todo el orgullo de su casta se agolpó y amontonó en su corazón. No vio más que ridiculez indigna en que la creyesen objeto de la pasión de un fraile.

No pararon los irritados combatientes hasta que D. Marcos no derramó sangre á raudales, rasguñado por la poetisa; hasta que ésta no se desmayó, dejando caer sus postizos bucles, y haciéndome en la frente un chichón del tamaño de una nuez; hasta que el Duque no se le fraccionó en dos pedazos completos la mejor levita que tenía; hasta que Carranza no perdió sus espejuelos y la peluca, que era bermeja y muy sebosa.

Esto hizo rebosar su enojo y se prometió a misma cortar aquella impertinente y molesta persecución, aunque no sabía cómo. Primero pensó en que Pepe Castro hablase y amenazase al muchacho. Al ver la sangre fría con que aquél lo tomaba, se indignó y no volvió a mentarle el asunto.

Con esta novedad se retiraron los Ojotades y Taños, catecúmenos, y ni con la muerte de estos dos mártires, ni de los PP. Osorio y Ripario quedaron esperanzas de que su sangre fuese semilla de cristianos en aquella provincia, por la proterva obstinación de las más de sus naciones, que con las repetidas hostilidades que hicieron á la provincia del Tucumán, por su innato odio á la nación española, cerraron las puertas á la esperanza de su conversión, hasta que siendo gobernador de la provincia de Tucumán el piadoso caballero don Esteban de Urizar y Arizpacochaga, brigadier de los reales ejércitos de S. M., reprimido primero el orgullo de los Tobas y Mocovíes, quiso se sentase de nuevo la empresa y se predicase la ley divina á la nación de los Lules; por lo cual el P. Antonio Garriga, que á la sazón era Visitador de esta provincia, señaló para esta conversión el año de 1710 al P. Antonio Machoni, natural de la villa de Iglesias, en Cerdeña, el cual, habiendo pasado de aquella provincia á ésta el año de 1698 y leído Filosofía en esta Real Universidad de Córdoba, alcanzó emplearse en la conversión de estos bárbaros.

Pocos medicamentos prestan servicios mas eminentes en el último período de las enfermedades con estancacion de la sangre en los capilares.

Al poco tiempo de ejecutar esta tarea, algunas gotas de sudor empezaron á correr por su frente. ¡Si vierais cómo trabaja la señora condesa! dijo el mayordomo á las mujeres de abajo. Así, así; hoy ganará su jornal respondió una. La condesa reía. Tenía ya las mejillas encendidas como la grana. Toda su sangre de aldeana parecía fluir á ellas velozmente cansada de agitar el corazón.