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-No haya más, señor mío -replicó Sancho-, que yo confieso que he andado algo risueño en demasía.

Finalmente, el alcalde proveyó jurídicamente; la declaración se hizo con todas las fuerzas que en tales casos debían hacerse, con lo que quedaron don Quijote y Sancho muy alegres, como si les importara mucho semejante declaración y no mostrara claro la diferencia de los dos don Quijotes y la de los dos Sanchos sus obras y sus palabras.

-A ese lunar -dijo don Quijote-, según la correspondencia que tienen entre los del rostro con los del cuerpo, ha de tener otro Dulcinea en la tabla del muslo que corresponde al lado donde tiene el del rostro, pero muy luengos para lunares son pelos de la grandeza que has significado. -Pues yo decir a vuestra merced -respondió Sancho- que le parecían allí como nacidos.

-Hay mucho que decir en eso -dijo Sancho-. Durmamos, por ahora, entrambos, y después, Dios dijo lo que será.

-Bien puede, señor -respondió a esta sazón Sancho-, bien puede tener las riendas a su yegua, porque nuestro caballo es el más honesto y bien mirado del mundo: jamás en semejantes ocasiones ha hecho vileza alguna, y una vez que se desmandó a hacerla la lastamos mi señor y yo con las setenas.

Oyendo esto don Quijote, le dijo a Sancho: -Mira, Sancho: cuando yo hojeé aquel libro de la segunda parte de mi historia, me parece que de pasada topé allí este nombre de don Álvaro Tarfe. -Bien podrá ser -respondió Sancho-. Dejémosle apear, que después se lo preguntaremos.

Cuenta Cide Hamete Benengeli, autor arábigo y manchego, en esta gravísima, altisonante, mínima, dulce e imaginada historia que, después que entre el famoso don Quijote de la Mancha y Sancho Panza, su escudero, pasaron aquellas razones que en el fin del capítulo veinte y uno quedan referidas, que don Quijote alzó los ojos y vio que por el camino que llevaba venían hasta doce hombres a pie, ensartados, como cuentas, en una gran cadena de hierro por los cuellos, y todos con esposas a las manos. Venían ansimismo con ellos dos hombres de a caballo y dos de a pie; los de a caballo, con escopetas de rueda, y los de a pie, con dardos y espadas; y que así como Sancho Panza los vido, dijo:

Respondióles Sancho que aquello le tocaba a él ligítimamente, como despojos de la batalla que su señor don Quijote había ganado.

-Pues, ¿para qué quiere vuestra merced desnudarse? -dijo Dorotea. -Para ver si tengo ese lunar que vuestro padre dijo -respondió don Quijote. -No hay para qué desnudarse -dijo Sancho-, que yo que tiene vuestra merced un lunar desas señas en la mitad del espinazo, que es señal de ser hombre fuerte.

Pero es de saber agora si tiene mucha costa el hacelle. -Con menos de tres reales se pueden hacer tres azumbres -respondió don Quijote. ¡Pecador de ! -replicó Sancho-. ¿Pues a qué aguarda vuestra merced a hacelle y a enseñármele?