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Berenguer recibidos los despachos, con la y palabra del Emperador, se fué á Constantinopla con dos navíos, pero llegado, no quiso salir fuera de ellos, y envió el aviso al Emperador de su llegada.

El éxito del segundo fue brillante. El público complacido, tanto por la feliz disposición de las escenas como por aquella espléndida versificación donde se advertía al discípulo predilecto del gran Rojas, llamó al autor repetidas veces. García desde el paraíso también le llamaba con voz estentórea a sabiendas de que no podía presentarse. Esta vez no quiso salir del teatro: era imposible abandonar la batalla. Envió un emisario a su amigo con estas palabras trazadas con lápiz: «

Allí encontraban lomos y jamones intactos, pasteles de cerdo que acababan de salir del horno y manteca fresca recién hilada; en fin, todo lo que el apetito de gentes ociosas podía desear, y de mejor calidad, quizá, que en casa del squire Cass, aunque la abundancia no fuera mayor.

Y la otra con refinada calma dijo así: «Hace mucho calor; no tengo ganas de salir». Pero ... ¿juegas... o qué...? No se apure usted, señora, no se encabrite, no se encumbre replicó la Sánchez . Si se me viene con sofoquinas y con aquello de ordeno y mando, no hemos hecho nada. Usted en su casa, y yo en la mía. Los cinco mil reales... mírelos usted; aquí están.

«Todos los caminos debían florecer, Porque la hermosa novia iba a salir; Debían florecer, florecer y granar, Porque la hermosa novia iba a pasar.» ¿Cómo terminaba? No me acuerdo. ¡Ah! ¡! «Todos los caminos debían gemir, Porque la hermosa muerta iba a salir; Debían gemir, debían llorar. Porque la hermosa muerta iba a pasarLa duquesa se deshacía en lágrimas.

Mi marido quería salir a la calle al frente de todas nosotras; pero le convencimos de que esto era una locura. Con su carga de setenta a la espalda, él hubiera partido de un lanzazo a cuantos mamelucos encontrara en la calle. ¡Ay, qué día! Cuando nos retiramos cada una a nuestro cuarto, en toda la casa no se oía más que «¡Viva el Gran Capitán

Y toda la avalancha retrocedía, empujando de nuevo a los transeúntes, ganosa de salir al encuentro de los que llegaban por la parte opuesta. Era un deseo vehemente de encontrarles lo más lejos posible del Hospicio, de ganar algunos segundos, de prolongar la rápida entrevista, en la que habían pensado días enteros.

No había de hacerlo ella todo. ¿Quién guiaba la casa? ¿Quién la salvaba en los apuros? ¿Quién conjuraba las cesantías? ¿Quién sorteaba las dificultades del presupuesto? ¿Quién era allí el gran arbitrista rentístico? Visitación. Pues que la dejasen divertirse, salir; no parar en casa en todo el día.

Si vas a confesarme la verdad, no me la digas, no; prefiero quedarme con la sospecha. Enronquecida y sin fuerzas, dejóse caer en el sillón más próximo, que crujió bajo el enorme peso; temía ahora tanto de que Esteven hablara, como antes deseaba que rompiera el sospechoso silencio. Don Bernardino preguntó: ¿Sabes quién es el hombre que acaba de salir de aquí? Como no me lo digas...

Maltrana vio a un hombre salir de la carretera con dirección al ventorro. Es Coleta dijo el jefe del fielato . Domingo, el famoso trapero de las Carolinas. Llevaba a la espalda un saco vacío, pero él caminaba encorvado ya, como si presintiese su peso.