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La zagala se postró ante la sagrada imagen de la Virgen, y sollozando, con palabras fervorosas pidió protección para ella y para Nolo: besó repetidas veces el ramo de claveles que éste le había dado y lo dejó á los pies de la Madre de los desconsolados.

Dióle gusto el P. Lucas y quiso celebrar, como celebró, la sagrada función de aquel bautismo en uno de los templos, por más que le pesaba al demonio y á los de su partido.

Era un aliento vivo y poderoso que ensanchaba su corazón y lo inundaba de sentimientos vagos y sublimes. Ni uno ni otro hablaron. Gozaban contemplando la majestad y grandeza del océano con un sentimiento humilde de su pequeñez y con vago deseo de participar de su fuerza sagrada e inmortal.

D. Manuel López Cepero poseía una Asunción y una Sagrada Familia; don Pedro García, un lienzo de los Desposorios de la Virgen, en figuras de tamaño natural, un San Miguel y un Ángel de la Guarda, y el señor Suárez de Urbina un San Pedro y un San José con Jesús, cuadro este último de pequeñas dimensiones.

No es posible leer este auto sin recordar vivamente el cuadro atribuído á Orcagna, titulado El triunfo de la muerte, que se halla en el campo santo de Pisa. El auto más extenso es el que lleva la denominación de Sumario de la historia de Dios. Es un extracto dramático de la Historia sagrada.

De pronto extendió una mano. Asiendo el brazo de su hermano, atrájole hacia y en voz baja, con el acento más lúgubre que puede imaginarse, le dijo estas palabras: ¿Ves lo que hace Zumalacárregui? Pues eso debía haberlo hecho yo. ¿No te dije que era necesario que un jefe militar se pusiese al frente de esta sagrada insurrección para organizarla?

Otras leyendas dicen cómo y á qué hora hay que golpear la piedra sagrada que tapa las riquezas, qué señales hay que hacer, qué extrañas sílabas hay que pronunciar. Pero si algo se olvida, si en vez de un sonido se oye otro, todos los conjuros son ineficaces.

Una vez allí, ella, á fuer de hembra envolvente y dominadora, quiere aprisionarle entre los hilos de su cariño, torcer su porvenir, impedirle que cante. Discuten... Pero «Chantecler», más fuerte que Reinaldos, no olvida la sagrada misión que debe cumplir sobre la tierra, é impone á su amada su voluntad. «...Je suis la Faisane Qui du male superbe a pris les plumes d'or!

No veía más que la aparición del primer día y su puro y radiante perfil. Lejos de ser un místico, soy un descreído... Pues bien, amigo mío; por un momento, deploré no tener la sencillez y la fe de aquella niña para conocer la sagrada embriaguez cuyo reflejo veía en aquella frente pura.

Hubo un instante en que la vista se le turbó y estuvo á punto de caer. Entonces, elevando sus ojos á la sagrada imagen, murmuró con fervor: «¡Virgen María, asístemeLa Virgen la asistió. Repentinamente quedó tranquila y se dijo con firme resolución: «Antes de que llegue á descubrirlo dejaré la casa y me iré á servir un amo en Oviedo ó Gijón».