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Hay que leer a la vez lo que dice de los sacrificios de los indios el soldado español Bernal Díaz, y lo que dice el sacerdote Bartolomé de las Casas. Ese es un nombre que se ha de llevar en el corazón, como el de un hermano. Bartolomé de las Casas era feo y flaco, de hablar confuso y precipitado, y de mucha nariz; pero se le veía en el fuego limpio de los ojos el alma sublime.

22 Y el sacerdote ungido en su lugar, de [entre] sus hijos, hará la [ofrenda]; estatuto perpetuo del SE

Y el día en que entró de sacerdote, toda la isla fue a verlo, con el asombro de que tomara aquella carrera un licenciado de fortuna: y las indias le echaron al pasar a sus hijitos, a que le besasen los hábitos.

22 Y con el sacerdote lo reconciliará con el carnero de la expiación delante del SE

Generalmente, estaba con los ojos cerrados, exhalando leves gemidos. Sólo cuando Ventura entraba en el cuarto los abría para clavarlos en ella con una expresión fija de angustia y reconvención. El sacerdote a quien se llamó, se vió obligado a confesarla por señas.

Buscó el olor del incienso, los resplandores del altar y de las casullas, el aleteo de la oración común, el susurro del ora pro nobis de las masas católicas, la fuerza misteriosa de la oración colectiva, la parsimonia sistemática del ceremonial, la gravedad del sacerdote en funciones, la misteriosa vaguedad del cántico sagrado que, bajando del coro nada más, parece descender de las nubes; las melodías del órgano que hacían recordar en un solo momento todas las emociones dulces y calientes de la piedad antigua, de la fe inmaculada, mezcla de arrullo maternal y de esperanza mística.

Andando el tiempo, e intimando el trato, llegaron a sentirse atraídos por la genial bondad del sacerdote cuantos habitaban la casa; pero siempre fue Josefina quien, verdaderamente encariñada con el capellán, parecía gozarse más en frecuentar su compañía.

Bendíjola fray Diego que, por ser el sacerdote más bizarro y el más firme bebedor de anisado de la capital, gozaba de gran prestigio entre la oficialidad. Asistieron al acto más de veinte damas y casi otros tantos caballeros. En cuanto terminó se trasladaron todos a la Granja para pasar allí el día. Por hallarse tan cerca de la población no se necesitaban carruajes.

Al cabo, como los dos extranjeros se volviesen hacia ella mostrando sorpresa de verla aún allí, no tuvo más remedio que abandonar el gabinete. Pero, ¿cómo abandonar el agujero de la cerradura? ¿Qué era aquello? ¿Por qué estos jóvenes le llamaban padre? Barragán jamás le había dicho que tuviera hijos. ¿Sería por desgracia un sacerdote renegado que se hubiera dejado crecer las barbas?

Eso no es una exaltacion de la Santa; eso es una galería de historia: eso no es un cuadro religioso; es una pintura social: eso no es un altar del Cristianismo; es el trofeo de una nacion. Aquí reina la Francia, no el Redentor del mundo; reina el artista, no el sacerdote; reina el hombre, no reina Dios. No comprendo cómo la gente reza aquí. Yo no podria rezar.