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Buenas tardes, señores... ¿Vienen de dar un paseíto, verdad? Está bien... la tarde convida. No, señor; no venimos de paseo dijo Andrés. Encontré a Rosa en la fuente, y la venía acompañando hasta su casa. Está bien, señor, está bien. Las jóvenes andan mal solas a estas horas por los caminos... Vengo de tu casa, Rosita: estuve un momentico charlando con Ángela y con Rafael...

Aquí, matas enteras de la púrpura mas viva ó del dorado de mayor pureza, allí, los acacias cuyo olor es idéntico al de la bainilla, acullá, enfin, la pudorosa sensitiva con sus leves penachos color de rosa, lisongean agradablemente á la vista y sonrien á la imaginacion. Fisonomía animal.

Castellar dispuso se llevase a la Catedral las imágenes de la Virgen del Rosario, Santo Domingo y Santa Rosa en procesión solemne, que atravesó muchas calles ricamente adornadas y en las que había altares y arcos de mucho costo. Hízose un novenario suntuoso, costeando de su propio peculio la devota virreina doña Teresa María Arias de Saavedra los gastos de tan magníficas fiestas.

«Si le presentamos una rosa, continúa Condillac, será para nosotros una estatua que siente una rosa; mas para misma, solo será el mismo olor de la rosa.

Cuando me levanté y me incliné para darle un beso en la frente, vi que por las pálidas mejillas de la enferma rodaban dos lágrimas, dos lágrimas de esas que en el rostro de un cadáver parecen gotas de rocío en el seno de una rosa blanca. Salí del aposento con el corazón hecho pedazos. Tía Pepa me seguía silenciosa y cabizbaja.... Por fin habló: ¿Qué dices de eso?

La condesa acomodó la roja cabecita en su blanda almohada con lazos rosa y fijó en el ministro sus claros ojos, que expresaban admirablemente la extrañeza. Afianzóse Martínez las gafas de oro, torció la descomunal cabeza, y amenazando a Currita con su gordo y porrón dedo, como hace el dómine que echa al niño una reprimenda cariñosa, le dijo: En Palacio están muy disgustados...

Advirtió un estremecimiento en la mano que tenía cogida y se detuvo. Rosa no dijo una palabra.

»En esta sazón, vino a nuestro pueblo un Vicente de la Rosa, hijo de un pobre labrador del mismo lugar; el cual Vicente venía de las Italias, y de otras diversas partes, de ser soldado.

Triunfa de mi loco amor Y de mi seso perdido; Que, aunque piensas por vencido, Yo que es por vencedor. Pon la rosa carmesí De mi prestada alegría, Y mi celosa porfía En el lirio azul turquí; En el alhelí pajizo Mi desesperado ardor, Y en la violeta el amor Que mi voluntad deshizo; Mi imposible en el jazmín Blanco, sin dar en el blanco.

Las reflexiones sanas que impulsan al culpable a censurarse interiormente no acuden con bastante energía, aun en el aire más puro y ante las mejores lecciones del cielo y de la tierra. ¿Cómo era posible que esas delicadas mensajeras de alas blancas pudieran llegar hasta la celda emocionada del corazón de aquella mujer, celda habitada sólo por recuerdos tan poco nobles como los de una moza de posada que sueña en su paraíso de antaño con sus cintas color de rosa y con las bromas de los señores?